Defectos que salvan

Aquella mañana me levanté pensando en si la política tiene necesidad de la metafísica. Pensé en Hobbes, que cortó el cordón umbilical al convertirse en el fundador de la tradición artificialista, un fundador del mito del Estado a través del contractualismo; un contrato que, por otra parte, nunca se firmó. Este mismo contrato será moralizado más tarde por Rousseau y, recientemente, forma parte de un presupuesto que Rawls envuelve con un velo de ignorancia que lo legitima. En ocasiones veo en el cinismo una forma sutil de consuelo.
    —No es equivocado decir que a veces se nos ama más por nuestros defectos que por nuestras virtudes —me dijo Joubert.
   Un mito sólo se rinde ante otro mito. Difícilmente un mito se ve erosionado por la crítica racional. Hay que estar alerta, pensé, en cualquier momento surgirán nuevas alucinaciones, más deseos de creer en verdades absolutas que nublan las mentes. La estabilidad política es muy frágil. Atacan enemigos inferiores. Nadie es ya capaz de defender principios y valores. Pero una cosa sí sé: el relativismo es incapaz de derrotar al fanatismo. El dolor y el sufrimiento acabarán siendo lo real, los matices persuasivos que llenarán ese vacío posmoderno.
   —El mundo perdona tus defectos, no tus virtudes —hubiera añadido Antonio Porchia si hubiera estado allí.


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