De lágrimas y mandíbulas

Imaginé que llegaba a una ciudad fría, glacial, que me recordaba al Valladolid con niebla de diciembre. Me refugiaba del gélido ambiente en una acogedora casa, con una amplia estancia donde, frente a la chimenea, sentado en un sillón, estaba Pablo Iglesias leyendo un libro que identifiqué como La rebelión de las masas:
   —El hombre dócil e insustancial —se decía a sí mismo— que cree que solo tiene derechos, no obligaciones, hostil al liberalismo, que solo sabe agredir al diferente, se siente superior a un pasado que no conoce y desprecia. No valora lo conseguido, pues le parece natural y, sin embargo, añora a todas horas un edén inexistente que algunos en su ambición convirtieron en infierno. Niños mimados que van contra toda figura paterna que les exija obligaciones. Que buscan pan destruyendo panaderías, que quieren suplantar a los expertos, con la rebeldía del ignorante. El prototipo de hombre masa, especializado, estrecho de miras, presuntos sabios pero ignorantes de casi todo. Viven de lo que niegan y otros construyeron. Olvidaron que la Historia es un recordatorio de errores. Han rechazado el amparo del principio liberal y de la Ley. Quieren actuar directamente, sin ley, por medio de  presiones, como si se hubieran cansado de la política creyendo que tienen derecho a imponer sus tópicos de café.
   Cuando lo imaginado cesó de golpe, todo tenía el aire de una conjura argentina. A Pablo Iglesias se le saltaban las lágrimas y a su lado un señor alto apretaba sus mandíbulas.



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