Se dedicaba al injerto...
Se dedicaba al injerto hermenéutico con dedicación. Un despojamiento que afectaba al modo mismo de pensar. Entre tanta dispersión sus certezas se diluían. Se alimentaba a base de contradecir lecturas. Sabiendo ya imposible la tarea de una escritura continuada, solo unos apuntes breves y dispersos mantenían en uso su pluma, que era lo que en verdad pretendía, incapaz de abandonar aquel objeto entre polvo y telarañas. Tuvo tiempo, mientras vivió, de dejarnos un texto imposible. En su espíritu sintió la escisión entre el tiempo inmortal de la obra y el tiempo mortal de la carne. La filosofía no es nada si no enseña a morir a quien la estudia, pensaba como buen discípulo de Sócrates. Sentía estar enraizado en alguna realidad radical, aunque sabía que nunca hay propiamente interpretación, sino tibios fragmentos de sentido. Por eso tuvo la osadía de no citar nunca a Nietzsche. La filosofía no puede partir de una fe previa, la vida sí.