El pacifismo de las capuchas

El totalitarismo explota muy bien la desinformación. Han hecho una auténtica ciencia que gira alrededor de los evidentes fallos de la democracia, si se la compara con el ideal que cada uno imagina flotar en su océano de ingenuidad. La lucha se desarrolla con una gran desigualdad de condiciones. Ahuyentar los caballos de Troya que intentan destruir la democracia desde dentro sin faltar a sus propias reglas es muy complicado.

La democracia es en sí misma demasiado hipocondríaca. Hay curanderos que prefieren extirpar, sin saber que solo necesitan de la psiquiatría.

Estudiar historia se convierte así en una especie de turismo del ideal que puede ilustrar a los adanes de la revolución el fruto de sus memeces.

«Seguiremos arrasándolo todo. Porque solo queremos dialogar sobre cómo quitarle a usted sus derechos», me dicen. Son argumentos delirantes que no invitan a la polémica, sino a la carcajada o al sollozo. El destino supremo del hombre consiste, según ellos, en convertirse en un patético fanático.



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