El ángel de la Historia
En Platón conviven intuiciones brillantísimas con disquisiciones reiterativas y soluciones nefastas. Aún así, por lo primero, es el hombre más influyente de la historia. Aristóteles, en cambio, no fue capaz de beber de estas intuiciones sublimes y se dedicó a sistematizar las hojarasca. En palabras de Leo Strauss «lo primero que Platón hace a sus lectores es convertirlos en personas austeras».
Cuando los vendedores de crecepelo cambiaron de actividad y comenzaron a escribir libros de superación que decían aquello del «sí se puede» y demás zarandajas, pusieron la idea de felicidad al alcance de ingenuos y fatuos ensoberbecidos y pasó lo que pasó: si la felicidad está al alcance de tu mano, ser infeliz es convertirte en un inepto marginado.
Uno tiene todo el derecho a sobrevivir sin luchar, pensando que la vida es un desfile de espejismos; libre de pensar contra uno mismo o contra realidades compartidas; y esa actitud, a veces, se convierte en la verdadera creación artística que anula el supuesto e imaginado sinsentido original.
Escribe Walter Benjamin: «Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. Representa a un ángel que parece alejarse de algo en lo que tiene clavada la vista. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, su boca abierta y sus alas extendidas. Tal debe ser el aspecto del ángel de la Historia. Su cara está vuelta hacia el pasado. Donde nos parece ver una cadena de acontecimientos, él ve una sola y única catástrofe que amontona sin parar ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies. Querría detenerse, resucitar a los muertos y reparar lo quebrado. Pero desde el Paraíso sopla una tempestad que se ha enredado en sus alas, tan fuerte que no puede replegarlas. Esta tempestad lo lleva irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras ante él los escombros se amontonan y crecen hasta el cielo. Esta tempestad es lo que llamamos el progreso».
Flipen.