¿Por qué a veces los hechos vienen a ser figurillas de un jeroglífico?, se pregunta Ricardo, primer miembro de la A.G.A. con el que logro pegar la hebra. Lo que se ve no es lo que está. Hay que interpretar. La Ciencia interpreta unos hechos que son solo supuestos hechos, pero esa sospecha no la entrevé la Ciencia sino la Filosofía. Tiene un curioso prestigio porque predice y acierta, exactamente como predecir y acertar en los movimientos de un videojuego. La Ciencia es poesía porque derrocha imaginación.
Una vez miró el papel en blanco donde iba a escribir su diario. Lo dejaré así, pensó, será mi colección de olvidos.
A veces la falta de ambición le parece un fracaso. Pero una especie de confusa felicidad lo inunda cuando contempla los pírricos logros de sus congéneres. Cuenta Josefina Carabias en Azaña. Los que le llamábamos Don Manuel que «Lo más odioso de la política —decía Azaña— es el poco tiempo que deja para leer y el trabajo que cuesta concentrarse en la lectura cuando se tiene el espíritu ocupado por pequeñas y antipáticas pejigueras. Creo que es el oficio más propio para analfabetos o para acabar desalfabetizando a los que no lo eran».
He de aclarar, concluye, que odio a todos los personajes que he creado: son presuntuosos, carecen de respuestas que yo no conozca, son imperfectos por mi propia impotencia; solo valen para traspasarles disimuladamente mis defectos.
Al final me dice que todo se debe a que nació involuntariamente, entre polvorientas frases filosóficas. Con el tiempo, desarrolló una extraña alergia a los ácaros.
Una vez miró el papel en blanco donde iba a escribir su diario. Lo dejaré así, pensó, será mi colección de olvidos.
A veces la falta de ambición le parece un fracaso. Pero una especie de confusa felicidad lo inunda cuando contempla los pírricos logros de sus congéneres. Cuenta Josefina Carabias en Azaña. Los que le llamábamos Don Manuel que «Lo más odioso de la política —decía Azaña— es el poco tiempo que deja para leer y el trabajo que cuesta concentrarse en la lectura cuando se tiene el espíritu ocupado por pequeñas y antipáticas pejigueras. Creo que es el oficio más propio para analfabetos o para acabar desalfabetizando a los que no lo eran».
He de aclarar, concluye, que odio a todos los personajes que he creado: son presuntuosos, carecen de respuestas que yo no conozca, son imperfectos por mi propia impotencia; solo valen para traspasarles disimuladamente mis defectos.
Al final me dice que todo se debe a que nació involuntariamente, entre polvorientas frases filosóficas. Con el tiempo, desarrolló una extraña alergia a los ácaros.