La feria del bullicio
Paseo por el Retiro cuando, al pasar por una zona muy concurrida, noto un silencio enigmático. Me acerco y veo a la reina Leticia que se baja de un coche e inicia su protocolaria visita a la Feria del Libro. Me pregunto por las razones de ese misterioso silencio que poco a poco se va disolviendo en el bullicio. No encuentro respuesta. Quizá los presentes ansiaban escuchar sus palabras a lo lejos.
Sin permitirme un mínimo descanso, un poco más allá, contemplo a Carlos Alsina, micrófono en mano, entrevistando a Antonio Muñoz Molina, y acompañado de los habituales contertulios de su mejorable programa La Cultureta.
¿Qué tienen que ver los libros con este bullicio?
Es el triunfo de lo bullicioso, concluyo feliz. El bullicio atrae al bullicio, da igual la excusa: libros, artesanía o encurtidos.
Poco a poco, con el discurrir del tiempo, el silencio me ha ido esclavizando. La algaravía y el bullicio me traen dolor de cabeza, como un genuino síndrome de abstinencia.
«We want to focus on the present», dice una chica a su acompañante.
«Uno no lee porque no tiene silencio; otro no tiene silencio porque no lee», oigo a mi espalda. Me doy la vuelta, pero no logro identificar al autor del oportuno aforismo.
Tomo la decisión de salir de aquel infierno por un lateral y tras pasar por la idílica postal del Palacio de Cristal, desemboco tras un trecho en la Cuesta de Moyano. Allí me entretengo ojeando libros polvorientos con la esperanza de encontrar algún tesoro escondido.
No puedo resistirme y encuentro más de los que quería. Regreso a casa y, durante el trayecto, leo a Manuel Azaña. En 1934 dijo: «España es un país enfermo de historia mal sabida, enfermo de historia no cribada por la crítica». En 1938 Paul Valéry escribió: «La concepción actual del agrupamiento de los hombres en naciones es completamente antropomórfica [...] las naciones son personas y les atribuimos sentimientos, derechos y deberes». Todo lo que leo sobre aquella época se parece demasiado a la actual.
Sin permitirme un mínimo descanso, un poco más allá, contemplo a Carlos Alsina, micrófono en mano, entrevistando a Antonio Muñoz Molina, y acompañado de los habituales contertulios de su mejorable programa La Cultureta.
¿Qué tienen que ver los libros con este bullicio?
Es el triunfo de lo bullicioso, concluyo feliz. El bullicio atrae al bullicio, da igual la excusa: libros, artesanía o encurtidos.
Poco a poco, con el discurrir del tiempo, el silencio me ha ido esclavizando. La algaravía y el bullicio me traen dolor de cabeza, como un genuino síndrome de abstinencia.
«We want to focus on the present», dice una chica a su acompañante.
«Uno no lee porque no tiene silencio; otro no tiene silencio porque no lee», oigo a mi espalda. Me doy la vuelta, pero no logro identificar al autor del oportuno aforismo.
Tomo la decisión de salir de aquel infierno por un lateral y tras pasar por la idílica postal del Palacio de Cristal, desemboco tras un trecho en la Cuesta de Moyano. Allí me entretengo ojeando libros polvorientos con la esperanza de encontrar algún tesoro escondido.
No puedo resistirme y encuentro más de los que quería. Regreso a casa y, durante el trayecto, leo a Manuel Azaña. En 1934 dijo: «España es un país enfermo de historia mal sabida, enfermo de historia no cribada por la crítica». En 1938 Paul Valéry escribió: «La concepción actual del agrupamiento de los hombres en naciones es completamente antropomórfica [...] las naciones son personas y les atribuimos sentimientos, derechos y deberes». Todo lo que leo sobre aquella época se parece demasiado a la actual.