Progresismo y tonterías

Conviene ver la utilidad y no despreciar las instituciones heredadas, nuestras costumbres, el suelo fértil fruto de la experiencia de siglos. Como dice Gregorio Luri «si nos faltan las certezas, al menos no prescindamos de la prudencia», refiriéndose a los adanes atrevidos. Es fácil descubrir a un ignorante: solo sabe hablar de sus vecinos y de sus contemporáneos.
   Hay quienes dicen sentirse confortables cuando afirman que han salido de la zona de confort. Los inquietos hiperactivos solo saben causar problemas. La moral tiene una inercia que proviene de las más antiguas sabidurías axiales. No podemos prescindir de esa verdad perenne. Por eso comparto el valor de lo retroprogresivo de Pániker. Observándolo atentamente, el progresista ya no tiene clara la ruta ni el puerto de destino, pero en su hiperactividad fija objetivos absurdos y los alienta al creerse su propia propaganda que siempre reacciona contra una moral establecida, siempre tachada de represora. Una moral que, aunque imperfecta, acaso no es mejorable sin victorias pírricas. Los sensatos quieren mantener el barco a flote, más los inquietos se aburren del horizonte y buscan otro: es la permanente «agitación sin objeto determinado» de la que hablaba Tocqueville.
   Un cierto orgullo nacional es tan importante para una comunidad como la autoestima para un individuo, condición imprescindible para ir mejorando. Tenemos abundantes razones para estar orgullosos de lo conseguido por nuestros antepasados; hay que saber apreciarlo y resaltarlo.
   A medida que se difuminan sus metas, la izquierda busca nuevos filones de esperanza y de odio para mantener viva su atracción prometeica. Lo peor es cuando, sabiendo que ya nadie cree en su esperanza, estimula a los desengañados con conciencias desdichadas y generando división social y odio maniqueo revolviendo en basuras ya superadas.
    Cada derecho genera una o varias obligaciones, pero el progresista cree que los derechos son gratuitos e insiste en aumentar el número de acreedores sin tener en cuenta el aumento del número de deudores. Y es que gran parte de estos deudores serán los ciudadanos del futuro que hoy todavía no pueden votar.


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