Eugenio Trías

Pienso en Madrid. Leo el periódico, se nota demasiado que no busca la verdad, solo convencer para vencer. No sé disimular, cuando me habla, que no me interesa lo que dice. A él no le importa, pero a mí, sí. En una sociedad en la que siguen ilusionando los que todavía no han tenido tiempo de decepcionar, la decepción es el castigo del ingenuo. Alguna vez alguien dirá que hubo un tiempo en que se exigía a los políticos más de lo que cualquier persona con ansia de poder les podía dar. La experiencia del mundo como frustración.
   Todo en la vida es así, inacabado, vago, insuficiente. Llevo ya unos años en Atenas y no sé si regresaré a Madrid. Hoy, pienso, la mayoría de los filósofos hacen labores de especialista, es decir, hacen filosofía como si estuvieran haciendo ciencia. Y yo sigo buscando y encontrando en los libros lo que necesito para esta situación determinada. Por eso me resulta extraño releer los subrayados de los libros ya leídos. Algunos creen que solo los que andan desnortados caminan hacia alguna parte.  Cada filósofo, creo, tiene una sola idea. Hay que dar con ella. Las opiniones definen lo que definen y a quien las define. Eugenio Trías propuso como clave de su obra la idea de límite. Yo me situé al borde, en un territorio fronterizo desde el que me ilusiona creer que es posible contemplar y vislumbrar. Sin embargo, cada mañana, un timbre interrumpe mi vida y caigo en la inconsciencia. No quiero despertar, no quiero asomarme al mundo y quedar otra vez decepcionado. Seguramente me falte cafeína.


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