Una utopía comodín

La confluencia de propuestas ideológicas divergentes se cuece en la comunidad autónoma catalana como caldo de cultivo de una epidemia pestilente. No sorprende ver a anarquistas, comunistas y socialistas intentando sacar tajada de un caldero repleto de bacterias fecales en el que vierten sus esputos discursivos y diarreas mentales los ministros, consejeros y demás fauna, manoseando sus utopías como zanahorias con las que hipnotizar a un asnal vulgo supremacista —si vale el oxímoron—. Su nihilismo ha encontrado acomodo en una utopía que cada uno sueña a su medida y en la que no están los otros, pues son profundamente excluyentes, y si lo son ahora, lo serán después. Su arcádica república es el medio que han encontrado para alcanzar su cielo, sus expectativas, su solución mágica para una triste vida repleta de amargor, rencor y frustración.

Dice Houellebecq que los hombres en general no saben vivir, no tienen ninguna familiaridad verdadera con la vida, nunca se acaban de sentir cómodos en ella, así que persiguen diferentes proyectos, más o menos ambiciosos más o menos grandiosos depende; en general, claro está, fracasan y llegan a la conclusión de que habría sido mejor, simplemente vivir, pero en general también es demasiado tarde.


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