Se ha acusado a Ortega

y Gasset de haber tenido la oportunidad de cerrar un sistema pero haberlo dejado abierto en un cúmulo de chispazos inconclusos. Para estos acusadores, sus escritos no son filosofía. No lo creo. La filosofía interesante es un género literario, un recorrido por los libros y los mundos de un escritor que se autodenomina filósofo, que construye un mapa de sus pensamientos y que se demora y contempla los nudos gordianos que se van gestando en el desarrollo de las incoherencias que lo conforman. Cada uno de los ensayos se difumina en un paisaje de alta especulación reflexiva, una maraña de maleza enredada que, de vez en cuando, es cortada por la navaja de Ockham, que atrae hacia sí asociaciones y referencias, y que si es verdaderamente buena, inspira con un especial poder evocador. Quien quiera cerrar un sistema debe saber que siempre será por medio de un cierre aparente, falso, tramposo y deplorable. Observen el rostro de Hegel, de Spinoza, de Schopenhauer o incluso de Platón.
   Y es por este cierre en falso por lo que me considero liberal, porque no creo que haya un único ideal de vida en el que todos podamos concurrir si nos fiamos exclusivamente de los dictados de la razón. Lo que revela la vida es que no hay uniformidad de pareceres. Las diferentes formas de vivir se sostienen por visiones incompatibles acerca de lo que es el bien o lo que es deseable. A ello hay que añadir que a menudo las necesidades de los humanos se manifiestan mediante exigencias contradictorias, y no existe una sola manera de entender la felicidad. Pero lo más grave es que tampoco esa tradición liberal puede conciliar todas las discrepancias axiológicas. Desde luego, no gracias a la tolerancia, pues todo el mundo tiene unos valores límite que no puede (ni debe) tolerar. Las libertades tienden a ser divergentes y a menudo incompatibles pues no todos convenimos previamente en qué es lo humanamente valioso. Es verdad que puede haber formas satisfactorias de vida que no crean importante la autonomía individual, por ejemplo, en sociedades en las que la tradición decide por los individuos. Derechos humanos, libertades públicas, instituciones democráticas deben ser tratados como convenciones para asegurar una salida pacífica a la mayoría de conflictos. Los estados democráticos no pueden ni deben proponer un ideal de vida para todos los ciudadanos, sino solo una serie de reglas para evitar que los conflictos sociales se resuelvan por la violencia. El régimen liberal no puede ser más que un arreglo, un apaño, un modus vivendi, es decir, un dios mortal.



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