Tucídides y el dolor

A veces creo que el optimismo racionalista es el fruto la de soberbia provinciana de los occidentales. La realidad es una entidad tan tenue y sobrevalorada que apenas conmueve sin recurrir al dolor, esa argucia tan burda.  
   Cuando hablamos de historia, ocurre lo mismo. Tucídides sospecha que su obra será una adquisición para siempre, válida en la medida en que la naturaleza humana seguirá siempre siendo la misma. Cree que los acontecimientos son el producto de una racionalidad que el historiador puede volver inteligible; por eso considera que la historia está estrechamente relacionada con la retórica y atribuye una especial importancia a los discursos.
   Existe una historia sobre el testimonio y otra sobre la inteligibilidad y la búsqueda de las causas. Ninguna respeta la verdad. La historia es siempre parcial, una colección de ejemplos hacia el conocimiento de nuestra condición. Por ello, lo que sucedió debe explicarse en función del momento en que sucedió. Se atribuye a la historia la función de juzgar el pasado y de instruir el presente para ser útil al futuro; una concepción de la historia fundada en la idea humanista de utilidad. Pero definir la utilidad es el verdadero meollo imaginativo. La historia podría ser pura narración, una obra literaria. Al indagar las causas se construye la trama. Y el protagonista actual es el alma popular, el espíritu del pueblo, la nación. Conceptos místicos, religiosos, literarios si no vienen acompañados del burdo dolor individual, propio e incomunicable.



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