El utilitarismo es una gran bobada

Hace unos meses un amigo me ofreció la posibilidad de elegir entre ir a una conferencia o asistir a un concierto. Le contesté lo siguiente:

—Me torturas dándome la inmensa responsabilidad de elegir ante tamaño dilema y te diré que para ello voy a utilizar el método utilitarista. El otro día, releyendo El utilitarismo, de J.S. Mill  —libro que me había parecido una obra maestra en mi primera lectura allá por el año 2001— un momento de locura se apoderó de mí. Quizás enfadado con mi yo de hace diecisiete años, rompí el susodicho libro en mil pedazos ante aquella ingente acumulación de banalidades pedantes. Pues bien, siguiendo el método del señor Bentham, te diré que no tenemos más remedio que acudir al concierto. ¿Por qué?, te preguntarás. Pues porque acudiendo al concierto el nivel de felicidad mundial será más alto que si acudimos a la, por otra parte, interesantísima conferencia que me propones. Teniendo en cuenta que mi valoración del concierto es de un 9 (sobre 10), reafirmado por el marco incomparable y a la presencia del clavicémbalo, que mi valoración de la conferencia es de 6, que tu adoración por el concierto es 7 y por la conferencia 8, observarás que —adoptando el complicado método utilitarista que consiste en sumar— el concierto nos producirá un 16 de felicidad y la conferencia un escueto 14. Por lo tanto, querido amigo, estamos obligados a ir al concierto. A estas alturas de mi argumentación  puedo imaginar claramente tu indignación: ¿quién soy yo para valorar una experiencia de felicidad de otra persona, cuando ni siquiera puedo medir claramente la mía? Te entiendo, por eso mismo rompí el libro en Mill pedazos.


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