Noble laberinto dictatorial

Leo, pienso y escribo para perder el contacto con la realidad. Pero una vez escrita la frase anterior me percato de su tremenda falsedad. La realidad, esa masa amorfa de información o desinformación que la consciencia capta con la colaboración invisible de la inconsciencia, es algo tan complejo que creo que es imposible huir de ella. La realidad, en realidad, me persigue. No puedo escapar. Creo, incluso, que me perseguirá tras mi muerte. Al menos eso espero. Ocurre que, desde determinadas realidades despóticas, se califica al resto de realidades de ficticias, ilusorias, alegóricas u oníricas. ¿Puede acaso imponerse una realidad al resto? ¿Hay que confiar en una realidad con ínfulas dictatoriales o más bien rebajar las pretensiones aceptando una especie de democracia igualitaria de realidades? Si Protágoras afirmaba que el hombre es la medida de todas las cosas, cada hombre, ¿no sería oportuno escribir que esta realidad desde la que escribo es, en realidad, la medida de todo?
   A veces consigo, me decía, que las costumbres se conviertan en rituales sagrados, en una especie de trance efímero, un infinitesimal fenómeno clarividente de creación artística pura. Por eso precisamente no me confío, le contestaba, la realidad cotidiana es una frágil refugio, una especie de laberinto. Porque previamente a la catástrofe todo parece funcionar mecánicamente, pero cuando surgen los fantasmas empiezan a notarse las fisuras. La consciencia se cree Teseo y quizás solo sea el Minotauro.

Noble laberinto
del escindido yo
donde se le disparan 
las narrativas al otro.
Edda Armas. Talismanes para la fuga


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