La razón de los absurdos
Asisto desde hace meses al intento de robo de la soberanía nacional a sus legítimos propietarios por un grupo de ladrones catalanes, ante una buena parte de la izquierda que los excusa. Confunden autonomía con soberanía, asaltan servicios y secuestran funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho. Legislan en lo que no les compete y quieren administrar lo que no les pertenece. Ese escuálido cinco por ciento de la población de España copa los debates de radio, televisión y prensa con sus opiniones estrafalarias que repiten sin cesar, ante la indignación de una parte, la comprensión ingenua de otros y el hastío del resto.
Repiten continuamente: «Si alguien cree que se va a acabar con el problema catalán encarcelando a políticos [en realidad, delincuentes]...». Siguiendo ese absurdo, también deberían decir: «Si alguien cree que se va a acabar con la corrupción encarcelando a ladrones», «si alguien cree que se va a acabar con los asesinatos encarcelando asesinos» o «si alguien cree que se va a acabar con la violencia machista encarcelando a maltratadores». Desconocen o aparentan desconocer que la vía judicial es paralela a la vía política (legislativa y ejecutiva) y no puede sustituirse ni confundirse la una por la otra. Y en caso de que se desee la confusión y mezcolanza de los tres poderes tendrán que reconocer que ese gesto de eliminación de la división de poderes es propio de dirigentes con aspiraciones despóticas.
La izquierda antisistema, es decir, revolucionaria, despótica en esencia, observa con buenos ojos este estado de cosas y le importa un pimiento que el separatismo solo sea apoyado por la extrema derecha italiana, francesa o belga. Les da igual, para ellos cuanto peor, mejor.
La sociedad catalana está enferma, y lleva así más de un siglo, pues de enfermos es intentar robar y después creerse víctima «porque no me querían dar lo que no he tenido más remedio que intentar robar». Sus aspiraciones pueden defenderse democráticamente desde el Parlamento; pero como son muy pocos, no cuentan con los votos suficientes y, por lo tanto, deberían aumentar su capacidad de persuasión para lograr una reforma constitucional que les permita convertir su autonomía en soberanía. Es difícil, pero no imposible, así es la democracia.
«Por estar en prisión están conculcado sus derechos políticos», dicen los absurdos. Cierto, y también su derecho a la libertad; es lo que tiene estar preso, que tiene uno muy limitados sus derechos por haberse saltado el cumplimiento del Derecho. Han huido la mitad y muchos absurdos, todavía, consideran excesiva la presión preventiva, que entre otras cosas está para prevenir las fugas.
La imbecilidad es un atributo de la especie humana que alcanza a todo el mundo, nadie queda al margen; pero llama la atención la gran vocación y constancia que los absurdos muestran por ella.
Repiten continuamente: «Si alguien cree que se va a acabar con el problema catalán encarcelando a políticos [en realidad, delincuentes]...». Siguiendo ese absurdo, también deberían decir: «Si alguien cree que se va a acabar con la corrupción encarcelando a ladrones», «si alguien cree que se va a acabar con los asesinatos encarcelando asesinos» o «si alguien cree que se va a acabar con la violencia machista encarcelando a maltratadores». Desconocen o aparentan desconocer que la vía judicial es paralela a la vía política (legislativa y ejecutiva) y no puede sustituirse ni confundirse la una por la otra. Y en caso de que se desee la confusión y mezcolanza de los tres poderes tendrán que reconocer que ese gesto de eliminación de la división de poderes es propio de dirigentes con aspiraciones despóticas.
La izquierda antisistema, es decir, revolucionaria, despótica en esencia, observa con buenos ojos este estado de cosas y le importa un pimiento que el separatismo solo sea apoyado por la extrema derecha italiana, francesa o belga. Les da igual, para ellos cuanto peor, mejor.
La sociedad catalana está enferma, y lleva así más de un siglo, pues de enfermos es intentar robar y después creerse víctima «porque no me querían dar lo que no he tenido más remedio que intentar robar». Sus aspiraciones pueden defenderse democráticamente desde el Parlamento; pero como son muy pocos, no cuentan con los votos suficientes y, por lo tanto, deberían aumentar su capacidad de persuasión para lograr una reforma constitucional que les permita convertir su autonomía en soberanía. Es difícil, pero no imposible, así es la democracia.
«Por estar en prisión están conculcado sus derechos políticos», dicen los absurdos. Cierto, y también su derecho a la libertad; es lo que tiene estar preso, que tiene uno muy limitados sus derechos por haberse saltado el cumplimiento del Derecho. Han huido la mitad y muchos absurdos, todavía, consideran excesiva la presión preventiva, que entre otras cosas está para prevenir las fugas.
La imbecilidad es un atributo de la especie humana que alcanza a todo el mundo, nadie queda al margen; pero llama la atención la gran vocación y constancia que los absurdos muestran por ella.