Aforismos, de Wittgenstein

Camino cabizbajo por el centro comercial H2Ocio, no porque tenga el ánimo por los suelos ni porque esté mirando mi guasap, sino porque estoy a punto de cruzarme con un vecino. Una vez superado con éxito el angustioso trance —pasar de largo sin que me vea—, levanto por fin mi cabeza pero enseguida tengo que volver a agacharla pues a pocos metros atisbo la figura delgada de su mujer, no la suya, sino la del vecino, que todavía es mas insoportable que este. Aterrado, decido sacar mi teléfono del bolsillo para simular una concentrada conversación inexistente. Eso me permitirá llegar por fin a la Casa del Libro, única tienda del centro comercial donde jamás podré encontrarme con mi vecino ni con su mujer, salvo que sea época de regalos, fechas en que la librería se llena de intrusos. Cuando entro en una librería, el 95% de lo que veo no me gusta. Deambulo un rato por la tienda y me compro los Aforismos de Wittgenstein. Salgo de la tienda y, como si fuera un espía, compruebo a derecha e izquierda que no haya vecinos ni conocidos cerca. Me deslizo con agilidad hacia la cafetería de la esquina y una vez allí pido un café solo largo. Largo y solo, así estoy yo, tranquilo, leyendo en la cafetería los aforismos de Wittgenstein. Tras media hora de lectura agradable me da por mirar a la derecha y, pasmado, veo a mi vecino que se dirige sonriente hacia donde yo me encuentro.
   No era su costumbre acabar lo que comenzaba a leer, pero yo me meriendo el libro con glotonería. Veo a Ludwig muy obsesionado con lo religioso y, aunque no era creyente en el sentido supersticioso del término, sí era muy consciente del inmenso valor de la creencia en la corriente de conciencia, lo que significa que siempre la nueva religión decreta que los dioses de la antigua son demonios. Reconoce que se repite con mucha frecuencia, algo para él imprescindible, y que la filosofía no hace progresos, porque nos ocupan todavía los mismos problemas que a los griegos, pero peor tratados: «Qué raro que Platón haya podido llegar tan lejos. O que no hayamos podido ir más adelante», afirma. Quien cree ver el límite del entendimiento humano, no puede ver nada más allá de él. Es bueno estar al borde, sobre el límite, una manera de estar despierto, ya está la ciencia para adormecerlos de nuevo.


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