El espacio se contrae, tanto, que hasta llega a atascarse. Se buscan experiencias singulares, atrevidas, dignas de ser contadas, no vividas. Algo que no haga todo el mundo, como todo el mundo. La basura se entroniza, enmarcada, y se reivindica, travistiéndose de obra artística. Hacer arte sin arte. Destronada la elitista idea de la calidad, se abre un hueco por donde entra la basura y su coro de humildes. Si todo puede ser arte, ya nada lo será. Aquí entra en juego el criterio de delimitación: el poder del marco, el lazo del regalo. La atracción que siempre inspira la cercanía del límite. Esto es arte. Esto no es arte. No tiene marco. No está dentro del marco. Vienen amistades nefastas: el marketing y la basura. Piero Manzoni envasó sus propias heces y las insertó en esos marcos contenedores que son los museos. Contienen hasta los servicios, pensó Duchamp. Solo es arte lo que está dentro del marco, ese corte ontológico y trascendente, esa frontera estética. Un vacío enmarcado, la religión de los embalajes. Los artistas levantan el límite para camuflar su impotencia. Enmarcar es dotar una obra de prejuicios artísticos. Habría que enmarcar los marcos, exponer solo marcos; o desenmarcar, desenmascarar. El marco indica dónde hay que mirar y lo que se debe contemplar, a ser posible disfrutándolo, fingiendo y ocultando la mueca de asco y hastío, siempre alerta ante el inminente conato de bostezo.
(Reflexiones tras una visita a ARCO)