Una cuestión definitiva
El título de la conferencia que estoy impartiendo en el College Pataphisique de France, con la colaboración de Leandro Gutiérrez —quien durante la lectura, por cierto, se queda dormido y sueña primero en Protágoras y posteriormente en Simplicio— se titula «Una cuestión definitiva». Esta conferencia que estoy impartiendo mientras duermo es una perorata sobre lo universal y el esperpento. En realidad es la recopilación de frases sin sentido que voy citando todas las noches antes de dormirme y que suelo utilizar como método hipnótico para conciliar el sueño. Estas frases sin sentido acaso guarden un ápice de literatura escondida que he trabajado muchos años para el «hombre arrinconado», una criatura que se esconde todas las noches en mis sueños y que se siente prácticamente abandonado. Imagino que alguien se preguntará qué diablos es lo que digo en esta conferencia, o quizás se limite a querer saber cuánto público hay en la sala escuchándome. Siento decepcionarles; el público es muy numeroso y atiende y entiende perfectamente mis palabras, pero jamás aplaude. No sé por qué. Desconozco si el «hombre arrinconado» se divierte o encuentra algo útil en lo que digo, pero lo cierto es que allí, acurrucado, medio solo en aquel rincón de la sala parece mucho más ridículo que habitualmente, cuando le veo pasear con el perro y con El País bajo el brazo. Cuando me preguntan a qué me dedico, digo que pertenezco al gremio de los conferenciantes dormidos y les explico que soy proveedor de conferencias para durmientes. Luego sonrío, porque si no lo hiciera la gente pensaría muy mal de mí.