¿Qué es la democracia?, de Giovanni Sartori
Me dice Giovanni Sartori que cada vez pierde más la esperanza acerca de la seriedad de nuestra teoría de la democracia, porque se encuentra cada día con más vendedores de humo muy hábiles para olfatear el viento, pero poco o nada hábiles para saber de qué hablan.
Si optamos por definir la democracia de forma «irreal», nunca encontraremos «realidades democráticas». El poder (kratos) del pueblo (demos) es una definición que confunde. Entre el nombre y el objeto hay un trecho muy largo: el significado literal del término se corresponde poco y mal con su referente.
Una democracia se desarrolla a caballo del desnivel entre el deber ser y el ser, a lo largo de la trayectoria marcada por unas aspiraciones ideales que siempre van más allá de las condiciones reales y posibles. Comparando los ideales (no realizados) de la izquierda pura, con los hechos (y las presuntas fechorías) de las democracias liberales siempre se gana, pero sólo sobre el papel.
El marxismo, por ejemplo, juega bien contra la democracia, a la que declara capitalista y burguesa; pero juega mal en su propia casa, es decir, cuando se trata de explicar cuál es la democracia que reivindica para sí, la democracia del comunismo realizado.
Por otra parte, el simplismo, un efecto secundario del infantilismo, olvida que el único modo de resolver los problemas es conocerlos, saber que existen. El simplismo los borra y así los agrava. Están los simplistas de la democracia etimológica o literal, los que creen que 'democracia' quiere decir «poder popular».
El segundo simplismo es el «realista», o mejor dicho, el del realismo malo: declarar que lo único que cuenta es lo real y que lo ideal no cuenta nada.
El tercer simplismo es, por el contrario, el «perfeccionista»: el ideal a todo gas y en dosis siempre crecientes.
Cuando los griegos acuñaron demokratía —la palabra aparece por primera vez con Heródoto—, el demos en cuestión estaba constituido por los ciudadanos de la polis, un conjunto muy reducido. Hoy, 'pueblo' designa cada vez más un agregado amorfo que está en las antípodas, de hecho, es preferible denominarlo 'masas'. Los atenienses que se reunían en la plaza eran menos de cinco mil y normalmente sólo iba la mitad.
La palabra 'democracia' se ha convertido en una excusa, en un parapeto de legitimación de un ejercicio autocrático del poder. La democracia no es sólo votar y elegir. La democracia es un sistema político, un gran y complejo conjunto de estructuras, mientras que el votar y elegir no es más que un instrumento para sustituir a los que mandan: un instrumento usado como alternativa a la sucesión hereditaria o a la conquista del poder por la fuerza. Por lo tanto, el votar-elegir no tiene, de por sí, ninguna consecuencia democrática. El votar-elegir adquiere consecuencias democráticas si, y sólo si, se inserta en un sistema democrático que lo es porque tiene, por ejemplo, estructuras limitadoras del poder que impiden, precisamente, que la elección produzca un jefe absoluto que tenga sometido al que lo ha elegido. Las elecciones son una condición necesaria pero no suficiente de la democracia.
(Continuará)
Si optamos por definir la democracia de forma «irreal», nunca encontraremos «realidades democráticas». El poder (kratos) del pueblo (demos) es una definición que confunde. Entre el nombre y el objeto hay un trecho muy largo: el significado literal del término se corresponde poco y mal con su referente.
Una democracia se desarrolla a caballo del desnivel entre el deber ser y el ser, a lo largo de la trayectoria marcada por unas aspiraciones ideales que siempre van más allá de las condiciones reales y posibles. Comparando los ideales (no realizados) de la izquierda pura, con los hechos (y las presuntas fechorías) de las democracias liberales siempre se gana, pero sólo sobre el papel.
El marxismo, por ejemplo, juega bien contra la democracia, a la que declara capitalista y burguesa; pero juega mal en su propia casa, es decir, cuando se trata de explicar cuál es la democracia que reivindica para sí, la democracia del comunismo realizado.
Por otra parte, el simplismo, un efecto secundario del infantilismo, olvida que el único modo de resolver los problemas es conocerlos, saber que existen. El simplismo los borra y así los agrava. Están los simplistas de la democracia etimológica o literal, los que creen que 'democracia' quiere decir «poder popular».
El segundo simplismo es el «realista», o mejor dicho, el del realismo malo: declarar que lo único que cuenta es lo real y que lo ideal no cuenta nada.
El tercer simplismo es, por el contrario, el «perfeccionista»: el ideal a todo gas y en dosis siempre crecientes.
Cuando los griegos acuñaron demokratía —la palabra aparece por primera vez con Heródoto—, el demos en cuestión estaba constituido por los ciudadanos de la polis, un conjunto muy reducido. Hoy, 'pueblo' designa cada vez más un agregado amorfo que está en las antípodas, de hecho, es preferible denominarlo 'masas'. Los atenienses que se reunían en la plaza eran menos de cinco mil y normalmente sólo iba la mitad.
La palabra 'democracia' se ha convertido en una excusa, en un parapeto de legitimación de un ejercicio autocrático del poder. La democracia no es sólo votar y elegir. La democracia es un sistema político, un gran y complejo conjunto de estructuras, mientras que el votar y elegir no es más que un instrumento para sustituir a los que mandan: un instrumento usado como alternativa a la sucesión hereditaria o a la conquista del poder por la fuerza. Por lo tanto, el votar-elegir no tiene, de por sí, ninguna consecuencia democrática. El votar-elegir adquiere consecuencias democráticas si, y sólo si, se inserta en un sistema democrático que lo es porque tiene, por ejemplo, estructuras limitadoras del poder que impiden, precisamente, que la elección produzca un jefe absoluto que tenga sometido al que lo ha elegido. Las elecciones son una condición necesaria pero no suficiente de la democracia.
(Continuará)