Cataluña y Cicerón

Manipulando mediante falacias y manoseando palabras como votar, urna y democracia, unos acomplejados supremacistas insolidarios están dando un golpe de Estado para apropiarse del derecho a decidir del sujeto soberano que los engloba. Digo lo de acomplejados porque solo alguien con complejo puede, como reacción pendular, considerarse superior. Y digo lo de insolidarios porque ellos mismos lo han afirmado sin avergonzarse.

Todas sus estrategias se pueden volver en su contra. Llama la atención que ellos apelen constantemente al derecho a decidir, pero nunca hablen de la obligación consecuente: el respeto a lo ya decidido. La Ley en democracia no es una imposición de un hombre con bigotes fascista, es el reflejo de lo que se decidió entre todos. ¿Creen que su futurible constitución será respetada después de todos los ejemplos, sofismas y contorsiones legales que han exhibido?

Resulta irónico que gran parte de la izquierda asuma la falacia de que la mayoría de los catalanes quieren votar. Cualquier sujeto, tanto colectivo como individual, desea la omnipotencia: Cataluña quiere decidir; Barcelona quiere decidir; el Born quiere decidir; la Rambla quiere decidir; la comunidad de propietarios de la esquina quiere decidir, y yo quiero decidir. Lo que ocurre es que la Ley limita mi derecho a decidir, mis ansias expansionistas y egoístas, con el fin de hacerlas compatibles con las de los demás y así facilitar la convivencia.

Al respecto, nos dice Cicerón en Sobre las leyes I, XV-XVII, 42-47: «Y si la justicia es el respeto a las leyes escritas y usos de los pueblos y si, como dicen ellos, todo ha de medirse a la utilidad [refiriendose a la doctrina relativista de Protágoras], despreciará las leyes y las conculcará, si puede, aquel que llegue a pensar que tal conducta le va a resultar beneficiosa».

De todas formas, es inútil; es obvio que una de las partes sufre un delirio emocional y muchos de ellos, que nunca han sido independentistas, se identifican con ellos como secuela de una reacción alérgica ante el PP, Franco y la casta.

Los etarras decían lo mismo, no reconocían la Constitución. Pero los tribunales sí les reconocían a ellos: su derecho a decidir tuvo que esperar a que salieran de chirona.

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