Falacias de género

Cuando un comunista, progre o similar se defiende llamando machista a su contrincante es señal clara de que no puede rebatir sus argumentos. No serė yo quien diga —parafraseando a Pablo Iglesias— que esta nueva falacia de género supone un agravamiento inquietante de una buena parte de la gente de izquierdas. Los insultos de unos son descripciones y, en los otros, resultan atentados contra la dignidad. Pienso en la frase de Quevedo, el periodista: «me recuerdan a mí cuando era gilipollas».

El profundo bostezo que me generan los análisis periodísticos posteriores a los debates parlamentarios es consecuencia de que solo se valoran las cuestiones relacionadas con la forma, como el tono utilizado, las maneras o los cálculos electorales. Es como leer a Platón y valorarlo por sus recursos estilísticos. El fondo del debate, es decir, las consecuencias y costes de las propuestas realizadas, las mentiras, los datos falsos, las incoherencias o el interés general no es nunca objeto de análisis sino que es arrinconado en la irrelevancia.

Repaso los periódicos y los canales de televisión pecando de ingenuidad, pues jamás podré encontrar un debate sobre las cuestiones de fondo. La única diferencia es que unos y otros seleccionan solo los asuntos que les benefician. Eso también lo hacía Platón, pero con un estilo sublime.

Uno se hastía de las utopías cuando observa su manoseo constante por parte de los sofistas posmodernos: ingenuidades impostadas que resultan patéticas pues con ellas construyen decorados de propuestas atractivas. Zizek, por ejemplo, llega a acusar al capitalismo de no ser capaz de llenarnos afectivamente. ¿Se supone que el comunismo sí lo hará?

Pero los liberales resistiremos: el miedo a la disolución de nuestra individualidad en una colectividad paranoica normal es el arma defensiva más contundente de nuestro carácter.


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