El sermón y el Fedón
El otro día paseaba por el Retiro tranquilamente. Mi intención era ir a la Cuesta de Moyano a ojear libros antiguos. Pensaba en Lisa cuando dijo aquello de que si fuese miembro de una pandilla sería la clase de persona que detesto, cuando me di de bruces con la Feria del Libro. Como era la mañana de un jueves, no había mucha gente y me entretuve dando un paseo entre las casetas. Compré el último libro de Vila-Matas, Mac y su contratiempo, y seguí mi camino, no sin antes tirar a una papelera la molesta faja con la que adornan de elogios publicitarios a los libros nuevos, y que me resulta particularmente odiosa.
Continué mi camino por la cuesta de Moyano y subí luego por el Paseo del Prado. Decidí entrar en Los Jerónimos para sentarme un rato en uno de sus bancos y descansar en la penumbra y la tranquilidad del templo. Desafortunadamente, un sacerdote estaba dando la misa. En un momento, mientras yo estaba absorto en mis cavilaciones y el sacerdote leía el Evangelio de Juan 15:3, uno de los asistentes, un tipo barrigón y calvo con bigotes, gritó dirigiéndose al cura:
—¿Por qué no lees el Fedón?
La frase me gustó mucho por lo que de modo automático sentí el impulso del aplauso. Tan solo fui imitado por, sin duda, dos o tres feligreses despistados, y el aplauso no llegó ni a conato ante la mirada de desaprobación de la concurrencia católica practicante.
Y ahora, sentado en mi sillón, esta estatua pensante que pasea duda de si realmente no fue ella quien gritó aquello del Fedón. Es muy probable que así ocurriera. Hace ya algún tiempo caí en la cuenta de que todas las grandes intuiciones del pensamiento están ya tratadas en los diálogos de Platón. Sin duda, el Fedón es el mejor de ellos junto con la República.
Mientras me preparo un té de menta, me pregunto, ¿qué necesidad hay de Evangelios si tenemos el Fedón? Los Evangelios son textos toscos, mal escritos, sentenciosos, arrogantes de humildad impostada, llenos de contradicciones. El Fedón es una obra metafísica maestra, bella, conmovedora y de una ética ejemplar.
No me arrepiento de haber gritado aquello a aquel cura. El Fedón es la auténtica sagrada escritura de la religión de Occidente.
Continué mi camino por la cuesta de Moyano y subí luego por el Paseo del Prado. Decidí entrar en Los Jerónimos para sentarme un rato en uno de sus bancos y descansar en la penumbra y la tranquilidad del templo. Desafortunadamente, un sacerdote estaba dando la misa. En un momento, mientras yo estaba absorto en mis cavilaciones y el sacerdote leía el Evangelio de Juan 15:3, uno de los asistentes, un tipo barrigón y calvo con bigotes, gritó dirigiéndose al cura:
—¿Por qué no lees el Fedón?
La frase me gustó mucho por lo que de modo automático sentí el impulso del aplauso. Tan solo fui imitado por, sin duda, dos o tres feligreses despistados, y el aplauso no llegó ni a conato ante la mirada de desaprobación de la concurrencia católica practicante.
Y ahora, sentado en mi sillón, esta estatua pensante que pasea duda de si realmente no fue ella quien gritó aquello del Fedón. Es muy probable que así ocurriera. Hace ya algún tiempo caí en la cuenta de que todas las grandes intuiciones del pensamiento están ya tratadas en los diálogos de Platón. Sin duda, el Fedón es el mejor de ellos junto con la República.
Mientras me preparo un té de menta, me pregunto, ¿qué necesidad hay de Evangelios si tenemos el Fedón? Los Evangelios son textos toscos, mal escritos, sentenciosos, arrogantes de humildad impostada, llenos de contradicciones. El Fedón es una obra metafísica maestra, bella, conmovedora y de una ética ejemplar.
No me arrepiento de haber gritado aquello a aquel cura. El Fedón es la auténtica sagrada escritura de la religión de Occidente.