Teófanes el recluso

Veo al ministro pidiendo disculpas por las consecuencias del temporal. Creo que piensan que es rentable para su imagen. El irresponsable pide perdón por algo que no ha sido responsabilidad suya. La ministra lo hacía la semana pasada por el accidente del Yak. El papa también pidió perdón por los crímenes de la Inquisición.

Los medios de comunicación insisten en anunciar la subida de la factura eléctrica. Tratan de convencerme de que es porque no hay viento. Consulto los datos del viento a través de una web especializada y constato lo que ven mis ojos: llevamos varios días muy ventosos en la mayor parte de España.

No paran tampoco de darme consejos acerca de cómo reducir la factura. Si pongo la colada por la noche ahorraré unos diez céntimos de euro, algo menos de lo que se suele dejar de propina por un café mañanero.

Ante la acumulación de noticias, intento evadirme de esta pantomima leyendo acerca de la vida de Teófanes el Eremita. Cuenta Isidro Juan Palacios en su obra Eremitas que pocos monjes han influido tanto en Rusia como Teófanes y que es imposible entender la ortodoxia rusa sin él. Nacido en 1815, ya desde el seminario frecuenta la vida monástica y se deja dirigir por el staretz Paternio. Llegó a ser obispo en 1859, pero siete años después renuncia a todos sus cargos de vida activa y se retira con una amplia biblioteca a un pequeño monasterio de provincias. Al principio hace vida con los demás monjes pero, a partir de 1872, decide recluirse totalmente, deja de relacionarse con persona alguna a excepción de su confesor y el superior de la comunidad, y se mantiene aislado en su celda con sus libros, pintando iconos, trabajando la madera, leyendo, escribiendo mucho, realizando traducciones, orando y en perpetua meditación. Dicen que para alimentarse le bastaba con té, pan y algún huevo duro.


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