Los otros avanzaban
Los otros avanzaban cargados de cadenas. Él no avanzaban de ningún modo. Vivía casi en el campo, al abrigo de toda tentación, en medio de la frugalidad y la limpieza. Tenía una casa de ladrillo rojo, a la entrada de un pueblo, cálidos pantalones, gruesos zapatos, un anorak, un bastón con la punta herrada, y una amplia biblioteca con más de tres mil libros. Diariamente daba largos paseos por los campos. Cuando regresaba, se preparaba un café solo, seleccionaba un podcast de Radio Clásica y, sumergido en la misteriosa atonalidad, leía obras religiosas y filosóficas, sus preferidas. Atrás quedaron las novelas con sus discretas perlas envueltas en montones de paja. Su vida era como una costumbre muy larga, como un hastío casi tranquilo, una vida sin nada extraordinario. Si acaso leyó a Perec, no creo que le gustara demasiado.