La idea de la muerte nos oprime y conturba; pero sin la muerte, sin la espesa zona de penumbra en los bordes de la vida, sin esa región ignota y misteriosa, ¿cómo soportar la vida?, ¿cómo tolerar la repetición sin término de las trivialidades que conocemos?; allá, el sueño de vagas esperanzas se agita; allá, la imaginación promete el secreto cumplimiento de promesas abolidas; allá, el anhelo, quizá, desemboca locamente en una eterna mañana luminosa.

Esto me contó Nicolás Gómez Dávila.

Nuestro testimonio jamás será de primera mano. Hablamos de oídas y escribimos de leído. Hacemos camino al parar. Para pensar qué hacemos en ruta. Nos movemos para simular que estamos vivos. Como las nubes por el cielo. Somos paréntesis.

Eso me dijo Fernando del Val.

Creencias teleológicas. Los ateos consideran al mundo como un fin en sí, mientras que los religiosos lo consideran un medio.

Creencias teológicas. La inocencia de no sentirse inocente. La ventaja del hombre religioso es que no será juzgado por un dios absurdo, pequeño y feroz.


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