«Que busquen ellos como busco yo, que luchen como lucho yo, y entre todos algún pelo de secreto arrancaremos a Dios». Eso decía Unamuno en Mi religión. Incapaz de permanecer en silencio, piensa que a veces quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia: «No son unos españoles contra otros, sino toda España, una, contra sí misma. Suicidio colectivo». De la certidumbre de su diagnóstico político pasa a la incertidumbre y a la lucha interna entre las caricaturas que pueblan su alma y que son el ruidoso motor que desemboca en el inconformismo y la solidaridad. Para Unamuno, «el creyente que se resiste a examinar los fundamentos de su creencia es un hombre que vive en insinceridad y en mentira». La necesidad de que su conciencia no muera le acompaña siempre y, como en Platón, es la principal garantía de su moralidad: «No lo sé, pero yo siento que la virtud, como la religiosidad, como el anhelo de no morirse nunca se adquiere más bien por pasión». Su sentimiento trágico de la vida viene dado por esa lucha entre sentimiento-voluntad-deseo-fe-religión y pensamiento-razón-ciencia-filosofía. Lo vital no es ni racional ni irracional, pero necesita de lo racional y de lo que no lo es. Eso es vivir al borde, contemplar la incertidumbre como la fuente de la religiosidad.


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