Sentidos

Extrañamiento. Es cuando me siento un extraño en el mundo cuando me pregunto por el sentido de mi existencia. Aquí, en la soledad de esta cabaña, acompañado de los vientos, de las frías cumbres y de las nubes, siempre de paso, esto me ocurre a menudo. La pregunta radical, derivada de una nostalgia cierta. Salvo en los tanatorios, donde todo el mundo siente una cierta angustia ante lo que acaba de ocurrir, hoy se piensa más acerca del destino de la Humanidad que sobre el destino propio. La filosofía, claro está, no tiene ninguna respuesta, salvo aumentar la conciencia de la misma. Ese gran sentido último se ve eclipsado por la multitud de sentidos penúltimos, parciales, que dotan a la vida de unas ilusorias metas intermedias que no conducen a ninguna parte. Si faltan esas metas volantes calificamos a la vida como absurda. Solo un sofista, capaz de negar la existencia del verdadero sentido, podrá calificar a la vida como absurda.

   El hombre es una pasión inútil.
   Sartre.

Pero esto es una falacia. Por el hecho de que no sepa cuál es el sentido último no tiene el privilegio de afirmar que no exista, como mucho, podrá calificarlo de misterioso, y lo misterioso no es absurdo. Sobre todo cuando algo que no es racional sino de naturaleza más intuitiva o pasional me señala un norte, una dirección, una tendencia que me hace actuar y ser de determinada manera.

En consecuencia, mi optimismo procede de la ignorancia, es decir, creo que nadie sabe tanto como para poder ser pesimista.

Las ciencias positivas, como la biología, responden que el fin último es la conservación de la vida, la de la especie. Con esto algunos se conforman. Una idea que, por cierto, contradice a la segunda ley de la termodinámica que considera a la vida una excepción coyuntural efímera. La biología responde el cómo, pero no al por qué ni al para qué.

Luego hay una visión historicista, ingenuamente optimista, que señala que el hombre se dirige inevitablemente hacia el progreso, acaso ilimitado, algo edénico e indefinido por el que cada individuo debe trabajar y esforzarse.

Las respuestas que dan las religiones son también tan incoherentes que no merecen ni siquiera una mención que no sea testimonio de un proceso cultural que hay que conocer, pero que nada añade al asunto. Aun así, en mí pervive un sustrato religioso que no quiero mitificar y que puedo describir con tres sentimientos: el de absoluta dependencia, la nostalgia de absoluto y la esperanza.

El altruismo, el servicio a los demás, es acaso un refugio noble y de gran utilidad social, como generador de un ilusorio sentido de la plenitud, pero no parece que sea una respuesta última satisfactoria al problema fundamental.

El nihilista niega incluso la pregunta acerca del sentido. Y los hedonistas (todos en alguna medida lo somos) me dicen que es la búsqueda del placer, desde los más bajos a los más altos gozos espirituales, la única manera posible de otorgar sentido a la vida.

Pero lo que más me incomoda es un espejismo recurrente, la llamada autorrealizacion personal. Así, el hombre, lleno de potencialidades, tiene el deber de ejecutarlas, de ponerlas en marcha. Algo que, seguramente, provoque que la mayoría solo consiga vivir la historia de un fracaso. Pero es, entonces, paradójicamente, cuando se atrapa la verdadera realidad, cuando inmerso en el dolor o en el fracaso contemplo con profunda convicción cuál es el sentido de la vida.

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