Parménides

Me asomo a la prensa y enseguida me recuerdan con gran acierto a Estanislao Figueras quien, cuando presentó su dimisión como presidente de la Primera República, dijo: 'Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros'. Y se fue a leer a Parménides.

Ahora, en la eterna soledad de esta cabaña aislada, releo a Parménides y no le entiendo. La huella que dejó este filósofo presocrático es imborrable, aunque quizás su estilo enigmático y ambiguo pudo incrementar artificiosamente su corpus exegético. Puede que tuviera contactos con los pitagóricos, pero de este eleático del siglo VI a.C. poco sabemos. Solo unos fragmentos de un poema nos ha llegado a través de —cómo no— Simplicio, ya en el siglo VI de nuestra era.

Dice el Poema de Parménides que es preciso que las opiniones sean en apariencia, lo que me recuerda a la eterna lucha dialéctica entre dóxa y alétheia.

Pues lo que cabe concebir y lo que cabe que sea son una misma cosa. Es el fragmento más importante, seguramente malinterpretado, y que me recuerda a los idealistas, sobre todo a Hegel.

Pues hay ser, pero nada no la hay. Desde luego, decir algo así como 'la nada es' es algo oximorónico.

Una vía queda; la de que es. Y en ella hay señales en abundancia. Admirable afirmación si no fuese una simple tautología.

Serán nombres todo cuanto los mortales convinieron, creídos de que se trata de verdades. Algo que alegrará a los nominalistas y que luego matiza místicamente:

Más dedicado ya quedó, como necesidad, dejar una vía inconcebible, innombrable [...] porque lo que es, es entendimiento. 

Y entonces me acuerdo de Gabriel Rufián y me pregunto de dónde ha salido ese personaje siniestro. ¿Habrá leído a Parménides? Y lo que es peor, ¿lo habrá entendido?




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