El libro egipcio de los muertos

 …¿Ignoras, oh Asclepios, que Egipto es la imagen del cielo, o mejor dicho, que es la proyección aquí de todo el orden de las cosas celestes? A decir verdad, nuestra tierra es el centro del mundo. Sin embargo, como los sabios deben prevenir todo, hay una cosa que debéis saber: vendrá un tiempo en el que parecerá que los egipcios han observado en vano el culto a los dioses con tanta piedad y que todas sus santas invocaciones han sido estériles e desatendidas. La divinidad se retirará de la tierra y subirá al cielo, abandonando Egipto, su antigua morada, y dejándolo huérfano de religión, privado de la presencia de los dioses. El país y la tierra, se llenarán de extranjeros y no solamente se descuidarán las cosas santas, sino lo que es aún más duro, la religión, la piedad y el culto a los dioses serán proscriptos y castigados por las leyes. Entonces esta tierra, santificada con tantas capillas y templos, que­dará cubierta de tumbas y muertos. ¡Oh Egipto, Egipto! No quedarán de sus religiones más que vagos relatos en los que la posteridad ya no creerá, y palabras grabadas en piedra que cuenten tu piedad 
Hermes Trimegisto


La "Salida del Alma hacia la Luz del Día" comenzará cuando la conciencia abandone las preocupaciones habituales (comida, bebida, refugio, vanagloria, poder) y se centre en el otro mundo, en las sublimes elucubraciones sobre la Eternidad y el Absoluto. El Misterio de la Muerte estará ya delante. Osiris está muerto, pero Osiris vive. La existencia terrestre pasará a ser lo irreal, el más allá, en un crepúsculo de la vida efímera, pequeña y contaminada. Toda la atención entonces estará sujeta a la vida fu­tura, y serán precisamente las intuiciones las que indicarán el camino a seguir, donde el alma franqueará la última puerta y emergerá el deslumbramiento por la "plena luz del día". La mera visión de algo absoluto supondrá el derrumbamiento de la antigua escala de valores, como una especie de tribunal que juzga con absoluta justicia lo acontecido y lo que habrá de acontecer, ya siempre en mayúscula.



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