Cómo viajar sin ver

Influido, quizá, por la conciencia de mi nueva peculiaridad acusmática, leo Cómo viajar sin ver, de Andrés Neuman, sus anotaciones espontáneas durante un viaje por Hispanoamérica:

En algunos países está muy mal visto decir que no. Nadie te dice que no en Bolivia, Perú o Ecuador, aunque no te digan que sí. Eso algunos lo explican desde la extrema cortesía. Yo lo llamo costumbre de la opresión.

En el despertador telefónico del hotel: Buenos días, señor: su despertar.

¿Por qué, en cuanto un avión aterriza, los pasajeros nos ponemos en pie apresuradamente, si sabemos que no podremos salir de la cabina durante varios minutos? ¿Para qué esta fila de impacientes que, manada inmóvil, espera en las más incómodas posturas el momento de la estampida? Hay algo terrible en esta prisa. Todos vamos a la muerte, pero no lo sabemos o fingimos no saberlo. Y hacemos lo posible por acortar nuestro escaso tiempo. Me acuerdo de Lorca: «Los muertos gimen esperando turno».

Contra la violencia, inteligencia. Con este admirable lema ilustrado, seguirán fracasando dignamente en mi México lindo. Yo lo interpreto como un sutil «no somos tontos, ojito».

En algunos países la ecología es un lujo necesario. En otros, una fatalidad de la que todos tratan de escapar.

«Por supuesto que hemos mejorado», afirma ella orgullosa, «ahora tenemos libros en los supermercados».

«Con gusto», te dicen, «pura vida», repiten, «qué rico», festejan. Un pueblo tan explícitamente hedonista tiene que haber sufrido mucho. Aquí la gente te sonríe justo antes de huir.


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