Nada que hacer

La literatura es posible debido a que el mundo no está hecho.
Roland Barthes.

Me levanto a las ocho. El ambiente es húmedo y fresco tras la tormenta de ayer: ¡Qué maravilloso espectáculo! Cerca de tres horas de fuegos artificiales, timbales que retumbaban en la lejanía, fagotes poderosos, tubas espectrales y la cabaña temblando por el vendaval. Precioso.

No tengo nada que hacer. Aunque preferiría no hacerlo, pero pienso en las desgracias que le vienen al hombre por no saber quedarse quieto en su cabaña.

La inacción no es la felicidad suprema, ni la sabiduría. Bartleby no es el profeta de esa nueva religión quietista, ese es Miguel de Molinos. Algún día escribiré sobre la semejanzas entre uno y otro.

Desayuno una tostada con aceite y tomate, pimienta negra y ajo. Acabo el zumo de naranja y, mientras saboreo el café con leche, me informo pormerorizadamente de la llegada de la sonda Juno a Júpiter. Me entero de los segundos exactos que ha tenido que encender los motores para frenar ante el inmenso campo gravitatorio del planeta enorme.

Echo un vistazo a las redes:

A través del blog de Pilar, paseo por el retablo del Monasterio de El Paular.

—Cuando lees a Freud y tu novia te llama papi, ¿cómo te sientes? —se pregunta uno.

Después leo el artículo de Vila-Matas en El País. Sorprende que escriba sobre política y sobre Podemos. Opina lo mismo que yo, así que me quedo muy tranquilo.

Podemos habla de que el miedo les ha restado votos. Alguien me recuerda aquel episodio de Los Simpson en el que Bart se presenta a delegado de clase. Su contrincante, el típico alumno aplicado, siente que va a perder y recurre a la táctica del miedo usando el eslogan Con Bart llegará la anarquía. Simpson, más listo y sincero que Pablo Iglesias, contraataca haciendo suya la frase: ¡Con Bart llegará la anarquía!

Escucho luego la entrevista a Luis de Pablo en Música Viva, de Eva Sandoval.

Me entero de que ha muerto Abbas Kiarostami. Solo he visto una película suya, A través de los olivos, que no me gustó.

Leo un artículo sobre Glenn Gould (Toronto, 1932-1982) aquel genio heterodoxo, solitario, el de las manías. Tocaba con una postura rarísima, las piernas cruzadas y encorvado, en una pequeña silla con respaldo y patas regulables que siempre llevaba consigo. Se presentaba con abrigo y bufanda en pleno verano. Metía las manos en agua casi hirviendo antes de tocar. Era hipocondríaco, consumía todo tipo de fármacos y evitaba dar la mano al saludar para no lesionarse. Ensayaba con la televisión y la radio encendidas porque decía que así se concentraba mejor. Marcaba el ritmo con el pie y tarareaba las melodías mientras interpretaba a Bach como nadie lo ha hecho jamás. Como no disfrutaba dando conciertos, dejó de tocar en público en 1964, cuando era toda una estrella mundial. "¿Dónde está el placer de tocar para un público que espera secretamente la nota discordante?".

Y ahora, como no tengo nada que hacer, me iré a dar un paseo por las alturas.

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