La huida del solo al Solo

Pasan los días y el mundo aparece con caracteres cada vez más borrosos. Estoy en la senda adecuada.

Alguien me manda un mensaje preguntándome cómo soporto vivir solo y aburrido en esta cabaña ridícula. Le contesto que hay una razón esencial: abajo, junto con la gente, estaría también viviendo solo y aburrido, pero con el calor insoportable de la meseta. Solo las catedrales, los paisajes y el clima me inducen ya a moverme. La gente ya es muy similar en todas partes y, salvo los heterodoxos, el resto de la humanidad solo me produce continuos bostezos.

El clima y el paisaje son aquí excelentes. No puedo pedir más.

Pero la soledad tiene nefastos efectos secundarios. Uno de ellos es sobrevalorar la amistad y las relaciones sociales. Un amigo me aconsejó que cuando ese picor me asaltara, nada mejor que revisar los contactos de guasap o feisbuc.

El selfie es un modo de publicitar un estado ajeno a nuestra esencia. Nadie se autorretrata defecando, vomitando o aburriéndose. Se trata de lanzar una imagen propia perfeccionada por un decorado artificioso, en principio, más sugerente que una tediosa vida. La necesidad psicológica de extender una explicación de uno mismo falsa, recortada, supuestamente enaltecida. Ya no se busca un recuerdo, sino que se utiliza como valla publicitaria de uno mismo.

Basta revisar unas cuantas imágenes y leer las frases de sus estados, para que enseguida recupere mi amor a la soledad.

El selfie me indica cómo quiere aparentar ser vista una persona.

Eso la delata.


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