Tercer día en la cabaña

El lunes me desperté pronto. Miré el termómetro y marcaba 0 grados. Había nevado ligeramente durante la noche. El día fue espectacular, las nubes iban y venían, envolvían la cabaña como si fuesen olas de espuma, el viento las arrastraba y salía el sol; al rato volvía la espesa niebla. Me gusta esa sensación de ir como navegando por el cielo: en unos segundos pasaba de la niebla cerrada al sol luminoso. Decidí no bajar al pueblo para no perderme el espectáculo de este "mal tiempo" tan bonito de contemplar. Aunque hacía frío, después de desayunar salí a dar un paseo de unas dos horas. Al regresar, me comí un bocadillo de atún acompañándolo de un café bien caliente, encendí la chimenea y comencé a leer La religión gnóstica de Hans Jonas.

Ayer el tiempo siguió igual, frío y muy nuboso. Eran nubes más altas y ya no nos sumergíamos en ellas. Bajé al pueblo y compré algo de pollo y unas chuletas de cerdo, cebollas, pimientos, patatas, lechuga, plátanos y paraguayas. Tardé algo menos de tres horas en bajar. Entré en el supermercado y a la media hora ya estaba subiendo de nuevo. Cuatro horas más tarde ya había regresado a la cabaña. Las únicas palabras que pronuncié fueron 'gracias', a la cajera del supermercado, y 'lo siento, no soy de aquí' a un desconocido que me preguntó por una calle. Creo que no volveré a hablar con nadie hasta dentro de dos o tres semanas, cuando vuelva a bajar a por más provisiones.

Ahora mismo:

Temperatura: 8 grados centígrados
Barómetro: 1021 hPa
Humedad: 44 %
Viento: ligero del SO   

Termino de leer el interesante libro de Jonas. Siento cierta afinidad con esta manera de contemplar el mundo. La meta de la lucha gnóstica es la liberación de la conciencia desasosegada que echa de menos algo fundamental. Este absoluto trascendente es desconocido y no puede ser descubierto en este mundo. Los espíritus desasosegados están separados de la gran masa de los hombres. El mundo no les apetece de la misma manera, de ahí ese ascetismo que surge de esta falta de interés en la acción mundanal. El extraño parece haber nacido en otro lugar y no conoce bien los senderos de la tierra extraña, vagando perdido, buscando. Cuando alguien le habla de otros caminos entorna los ojos sospechando de ese nuevo señuelo que se le ofrece. El reconocimiento de su lugar de exilio por lo que es constituye su primer paso atrás, la despertada añoranza del hogar, el comienzo del regreso. Este es el lado doloroso de la experiencia del extrañamiento, un conocimiento de lo que falta o sobra. Pero, a la vez, algo que le distingue y le asigna cierta majestad como experiencia superior. La ausencia de espiritualidad es una falta de interés, de anhelos de totalidad. La inconsciencia es una verdadera infección producida por el veneno de la ilusa claridad aparente. La ignorancia de la embriaguez es la ignorancia que el alma tiene de sí misma, de su origen y de su situación en el mundo extraño. El Dios desconocido imposible de conocer demanda ser conocido, como una especie de imán que atrae. Se revela en el fracaso de la razón y del lenguaje. Es la extrema soledad del hombre ante la suma de las cosas. Como parte de esta suma el hombre es solo un junco, susceptible de ser aplastado en cualquier momento por las fuerzas de un universo ciego e inmenso en el que su existencia no es sino un particular accidente. Pero como junco consciente, sin embargo, el hombre no forma parte de esa suma, no pertenece a esta, sino que es radicalmente diferente. Cercado, sometido a su poder, y sin embargo con la clara sensación de ser superior a este por la presunta nobleza de su alma, el hombre se sabe no tanto parte del sistema que lo envuelve sino inexplicablemente amenazado por dicho sistema, expuesto a él. La insignificancia del hombre es captada como silencio, como indiferencia de este universo ante las aspiraciones humanas, abismo insondable que le separa del resto de la existencia. La naturaleza, carente también ella de fines últimos, no es capaz de señalar posibles propósitos humanos. Un universo sin jerarquía intrínseca, un universo mecánico, deja a los valores sin soporte ontologico, donde el yo puede concentrarse en sí mismo en busca de significado y valor. El significado deja de encontrarse y se otorga mágicamente, desde una subjetividad relativista. Los valores dejan de ser contemplados en la visión de una realidad objetiva y aparecen como logros de la valoración subjetiva. Función de esa voluntad, la finalidad aparece sólo como mi propia creación. El hombre está ahora solo consigo mismo. El sentimiento de una desunión absoluta entre el hombre y el lugar en el que se encuentra arrojado, el mundo, sería por tanto un sentimiento fundamental. El taoísta busca la libertad en el consentimiento consciente dado a la necesidad, plena de significado oculto de totalidad. Pero se engaña, el consentimiento es solo parcial. El hombre extrañado quiere, sin embargo, profundizar en la alienación con respecto al mundo si quiere obtener la liberación del yo radical. Es el mundo, no la alienación con respecto al mundo, lo que debe ser superado. Ya que lo trascendente es silencio, puesto que no hay ningún signo en el mundo, el hombre, el abandonado y dejado a sí mismo, reclama su libertad, o, más exactamente, no puede evitar cargar con ella: él es esa libertad, no siendo el hombre sino su propio proyecto, donde todo le está permitido.

El hombre gnóstico es arrojado a una naturaleza antagonista, antidivina y, por tanto, antihumana. El hombre moderno vive inmerso en una naturaleza indiferente. Ambas visiones cuentan más de lo que ven, pero sólo el último caso representa una fe en el vacío absoluto, un verdadero pozo sin fondo.

Desde las cimas, envío un saludo amigable para un amable lector quien escribió un comentario que no ha sido publicado respetando su deseo. Un abrazo, amigo.

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