Los héroes

Habitar el mundo produce cansancio y melancolía, vivir empeora las cosas, y cuando notamos que nuestro sitio es impreciso y todavía más, indecidido, nos rendimos sin ilusiones ni resistencia».
Sergio Chejfec.  Vecino invisible.


Veo El extranjero, de Luchino Visconti. Me molesta el uso del zoom y noto que se arriesga pero poco más. El resultado no se sostiene, demasiada voz en off, y un Marcello Mastroainni que no termina de convencerme. Le tengo cierta manía desde que vi La dolce vita. Alguien puede pensar que Meaursault es el prototipo del hombre auténtico, incapaz de fingir sentimientos que no tiene. Pero lo que ocurre en el largo juicio es una simple caricatura. Las relaciones humanas son un teatro, una comedia, pero no son tan histriónicas. Mersault no es un héroe. Pienso en el suicida altruista, en el náufrago en su propia conciencia. El arte, además de actuar como un jarabe contra la soledad, consiste en mostrar la sensación de desamparo y la generalización del sufrimiento. De ahí surge el heroísmo, esa experiencia que nos hace sentirnos menos solos y más dignos.

     Hay héroes que cultivan la soledad para olvidar el horror de los deseos ajenos que nada tienen que ver con ellos. Para estos solitarios, la lectura es otra forma involuntaria de construir una memoria personal a partir de experiencias, recuerdos e imaginaciones ajenas. Felizmente, los libros no sonríen.

     Hay escritores que se extravían mientras piensan, héroes en sí mismos, aunque se vean como exploradores fracasados que se internaron en una aventura, en un itinerario encaminado hacia un tesoro oculto o posiblemente inexistente. Ahora bien, si encuentran o dicen haber encontrado el tesoro, los condeno de inmediato a mi santa inquisición. Prefiero siempre que tales pensamientos parezcan falsos (¿alguno no lo es?), propios de personajes oscuros, abrazados a la soledad, pero siempre atentos a los murmullos de verdad que resuenan en los libros mientras están cerrados. Otros escriben criptográficamente, como lanzando adivinanzas a sus lectores, para que se conviertan en héroes que han sabido descifrar el mensaje oculto.

     Afuera, en el mundo extraño de la sonrisa social, retumban los recuerdos apócrifos, unas experiencias sin nombre que todos ansían coleccionar. En medio de una vida trivial hay sujetos que necesitan sentirse como Aquiles cuando decide abandonar el gineceo, donde su madre lo había ocultado para protegerle de su destino, una muerte segura en la batalla. Con la ayuda de Ulises, Aquiles eligió la gloria y la muerte. A través de este y otros mitos, convenientemente interpretados, el escritor no necesita guerra alguna, convoca a a sus pacientes en una batalla hermenéutica, y les convence de que también ellos son sujetos trágicos y personajes heroicos; buena prueba de ello son sus deseos reprimidos, su lucha y su convivencia en medio de profundos dramas de los que nunca tuvieron conciencia.

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