Decido regresar a la cabaña

Hora: 15:05 h.
Temperatura: 20 grados centígrados
Barómetro: 1010 hPa
Humedad: 52 %
Viento: ligero del SO 
Altitud: 576 msnm   

     Vuelvo a casa envuelto en un tenue optimismo. Hoy mi vida, sin sentido aparente, sin finalidad clara, me parece feliz. Todo parte del estado del alma que nos viene impuesto. Ese es para mí el sentimiento de absoluta dependencia del que habla lo religioso. Jung escribió que "hasta que el inconsciente no se haga consciente, el subconsciente dirigirá tu vida y tú lo llamaras destino". Qué más da el nombre que le pongas. Los hombres activos, como diría Dostoievski, lo son debido a que su estrechez de espíritu toma las causas penúltimas por las principales y así logran vivir creyendo que hacen algo importante.

     Se acerca el verano y no quiero volver a padecer los calores insoportables del año pasado. Mi felicidad procede de haber tomado la decisión de volver a la cabaña. Giovanni me ha avisado de que quedará libre dentro de dos días. Hace dos años estuve viviendo cerca de ocho meses en aquella cabaña situada a más de dos mil metros de altitud, a cuatro horas de camino del pueblo más próximo. La excusa del calor es solo eso, una causa penúltima. En realidad, me apetece repetir aquella experiencia. En principio, creo que pasaré allí unos seis meses. Cuando la nieve y el frío extremo cerquen la cabaña, me obligarían a permanecer dentro sin poder salir muchos días seguidos, algo que me agotó mentalmente hace dos años cuando pasé todo el invierno allá arriba.

     Allí, a orillas del lago se alza solitaria la pequeña cabaña, envuelta en las nieves, los vientos, las soledades, las espectaculares tormentas. Vuelvo a las cimas, a sus misterios y esperanzas. Quiero revivir en soledad absoluta aquella convivencia con la ausencia, a solas con el cosmos, bien cerca de aquel idealismo mágico de Novalis, tan proclive a la salida del yo del sí mismo, a aquella intuición tan magnética y tan extraña.



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