Sospechar y confiar

Durante la Semana Santa me he entretenido estudiando el Nuevo Testamento. Su relectura me hacía retroceder de manera constante a los griegos (incluyo a los cínicos) y a Oriente. Estas son algunas anotaciones:

Descreo de cualquier persona que no se vea a sí misma como un ser limitado y dependiente, inclinado bajo el peso de una aparente soledad radical; solo el sufrimiento puede enseñar esto.

Creer en uno mismo es una de las formas más estúpidas de patetismo, al igual que considerar el éxito, victoria pírrica a la postre, como el fruto de nuestra voluntad.

Platón, un místico heredero de una tradición nebulosa, rescató la idea de los órficos de que vivir es haber olvidado lo fundamental. El pensamiento religioso lo sabe y en eso guarda su esperanza. «Una sed de esa verdad olvidada hasta sentir que la sed nos mata», escribió Simone Weil.

Protágoras decía: «El hombre es la medida de todas las cosas». Platón responde: «Nada imperfecto es medida de alguna cosa». Solamente lo absoluto es la medida de todas las cosas.

Ese Absoluto es trascendente con relación a la naturaleza y a la inteligencia humana. La luz que ilumina no es tampoco de la misma naturaleza que la inteligibilidad de las ciencias que están a nuestro alcance.

Nacemos castigados, una idea pitagórica que el cristianismo adoptó y que hoy parece ridícula. Oriente, más sutil, lo envuelve en el concepto de karma, pero es lo mismo porque la cadena retorna al comienzo. No se trata de una falta original, es solo la constatación de que nacemos y vivimos en la mentira, entre la filosofía y la religión: sospechar y confiar, esa es la tarea.

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