La importancia líquida
¿Qué ocurre cuando no hay nada sólido?
Lo líquido se desparrama.
Qohélet
Paseo por Alcalá de Henares después de asistir como testigo a este segundo caso de populismo judicial en el que me veo inmerso. El juez, un estúpido maleducado, es un bostezo en sí mismo, que sin ningún tipo de vergüenza muestra su tedio a toda la sala. Repugnante.
Menos mal que la vista solo dura diez minutos. Las preguntas que me hacen los abogados no entran en el fondo de la cuestión y a mí me queda la sensación de que con lo que se ha dicho es imposible formular un veredicto correcto. Es lo de menos, me temo. Los abogados saben que han hecho su paripé prefabricado mientras el juez, que estaba pensando en sus cosas, ya tendrá su fallo listo y lleno de cortapegas.
Decido entonces dar un paseo por la Plaza de Cervantes. Se me iluminan los ojos cuando observo que hay una pequeña feria del libro con una veintena de casetas. Me entretengo durante un rato hojeando volúmenes pero no compro ninguno.
Entro luego en la catedral, templo que he visitado muchas veces y que me ha servido como refugio de reflexión, pero cuando llevo un rato deleitándome con la música tenue y los suaves olores a madera y a incienso, se me acerca un hombre y me pregunta:
—¿Está usted visitando la catedral?
—Sí —respondo.
—Entonces es un euro.
—¿Y si me pongo a rezar?
No me contesta, pero me marcho porque se me han disipado todas mis ganas de contemplar la catedral. Nada hay peor para el espíritu que el contacto con el clero.
Entro en un bar para tomarme un café con leche. A mí lado, caña en mano y tapa volando, se conversa animadamente. Las conversaciones de bar son siempre ridículas, salvo las dedicadas a asuntos meteorológicos. Hablar del tiempo es lo máximo que puedo lograr hacer si estoy en compañía de más de dos personas.
Pero me quedo pasmado cuando unos contertulios hablan a mi lado de la importancia de relacionarse socialmente, de la importancia de tener éxito en la vida, de la importancia de tener un trabajo motivador, de la importancia de llegar a ser alguien más importante de lo que jamás serán. Es entonces cuando uno dice que echa de menos el fracaso, ser el hombre acabado que duerme plácidamente en cualquier rincón. Entonces pienso que, si añora el fracaso, es señal de que cree vivir a lomos del éxito (de su ansiedad). Le digo que su sentido de la importancia supera totalmente mi paciencia y que, como siga por ese sendero, me marcho del bar. Se queda pensativo durante unos instantes y se pone a mirar su guasap.
Lo interesante de este caso es que este hombre me hace contemplar la vida de una manera demasiado grotesca; ahora yo podría apostar por la importancia de tener pasiones nobles y aspiraciones espirituales, pero antes de que eso ocurra, saco mi teléfono y me pongo a mirar mi guasap, no vaya a ser que la importancia se apodere de mí.