Marienbad eléctrico



     Me dice que a veces siente que alguien le guía; se resiste, pero termina aceptando esos hilos que le abren nuevos horizontes. Me habla de los hoteles, esos «teatros de lo imaginario».

     Pero mientras le oigo, yo pienso en la aparición del hombre sobre la tierra, en aquel big bang de megalomanía, una explosión de ambición, de absurdo deseo de superarse, de adelantar a su propia sombra, que hace a la gente tan ansiosa y desgraciada. Es el deseo de omnipotencia, de imitar a Dios aún sin creer en Él. Pienso en ello, mientras me recuerda que Onetti, cuando meditó sobre estas cosas, decidió no salir nunca de la cama.

     Enrique me recomienda películas: El estado de las cosas, de Win Wenders; Tokyo-Ga, su homenaje a Yasujiro Ozu; India Song, de Marguerite Duras. Alguna he visto y no comparto en absoluto su criterio que me parece ramplón. Por ejemplo, Film, de Samuel Beckett y Buster Keaton es una obra maestra del esse est percipi, y no el recorrido de un hombre que aterroriza a todo el mundo y termina sentándose en una mecedora.

     Le noto raro, como si alguien le hubiera obligado a venir a verme y contarme estas cosas que carecen de importancia. Le tengo mucho cariño y le admiro, pero creo que nunca hay que forzar las cosas, aún menos en el arte. Como él dice, además de la admiración siempre quedan los matices.

     Cuando por fin se va me noto peor que cuando vino. Pero mi mente ha anotado un libro para leer: La tentación del fracaso, el diario de las soledades de Ribeyro.

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