Bucles
Dice José Sacristán que aprende mucho de los jóvenes. Yo también. Los jóvenes no aprenden de los errores de nadie pero yo sí aprendo de los errores de ellos.
Uno de mis mayores virtudes consiste en no tener ninguna frase en mi estado del guasap. De hecho, admiro a todo aquel que tiene su estado del guasap vacío o con un simple punto. No aprendo nada leyendo esas frases, es más, tiendo a tergiversar la intención del autor, porque siempre que huelo a publicidad huyo despavorido.
El otro día decidí pasear por un centro comercial exhibiendo una media sonrisa permanente. A pesar del esfuerzo que requirió la utilización intensiva de una musculatura poco preparada para ello, noté más felicidad a mi alrededor. Así, la dependienta de la farmacia que me atendió se puso a contarme amigablemente su experiencia de venta con el cliente anterior. Debo confesar que escuché con agrado su relato. Después me olvidé de mi nuevo proyecto vital y todo volvió a la normalidad.
Me gustan las utopías —al igual que me gusta la ciencia ficción— pero tengo un límite: no creo en las utopías que necesiten un cambio previo del hombre o que pretendan cambiar al hombre, animal muy antiguo que poco o nada ha cambiado, en lo fundamental, desde la Edad Axial. Por algo será que la política oscila pendularmente entre Tomás Moro y Maquiavelo, incluso mucho antes del nacimiento de ambos.
Kierkegaard escribió que quien no tiene un buen escondite, no tiene una buena vida. Yo creía tener uno mejor: nadie me busca (que yo sepa). Más tarde supe que eso es un error y me puse a hacer publicidad de mí mismo. Creo que ya tengo decidida la frase del estado de mi guasap.
Uno de mis mayores virtudes consiste en no tener ninguna frase en mi estado del guasap. De hecho, admiro a todo aquel que tiene su estado del guasap vacío o con un simple punto. No aprendo nada leyendo esas frases, es más, tiendo a tergiversar la intención del autor, porque siempre que huelo a publicidad huyo despavorido.
El otro día decidí pasear por un centro comercial exhibiendo una media sonrisa permanente. A pesar del esfuerzo que requirió la utilización intensiva de una musculatura poco preparada para ello, noté más felicidad a mi alrededor. Así, la dependienta de la farmacia que me atendió se puso a contarme amigablemente su experiencia de venta con el cliente anterior. Debo confesar que escuché con agrado su relato. Después me olvidé de mi nuevo proyecto vital y todo volvió a la normalidad.
Me gustan las utopías —al igual que me gusta la ciencia ficción— pero tengo un límite: no creo en las utopías que necesiten un cambio previo del hombre o que pretendan cambiar al hombre, animal muy antiguo que poco o nada ha cambiado, en lo fundamental, desde la Edad Axial. Por algo será que la política oscila pendularmente entre Tomás Moro y Maquiavelo, incluso mucho antes del nacimiento de ambos.
Kierkegaard escribió que quien no tiene un buen escondite, no tiene una buena vida. Yo creía tener uno mejor: nadie me busca (que yo sepa). Más tarde supe que eso es un error y me puse a hacer publicidad de mí mismo. Creo que ya tengo decidida la frase del estado de mi guasap.