Pájaros

Contemplo la laguna y advierto una vuelta a mis obsesiones que exceden cualquier razonamiento. Mientras intento estimar el número de pájaros que tengo enfrente —más de un millar—, pienso que la filosofía era en sus inicios teología porque su objeto fundamental era comprender el verdadero Ser. Nadie resolverá esto nunca, vivo. La ciencia solo puede enseñarnos a manejar lo penúltimo, no a comprenderlo, pues para ello es imprescindible lo último. La razón no ha aclarado, sólo ha desplazado el asombro de aquellos a los que todavía no ha cegado. Entre el dolor y la esperanza, entre cualquier dogma y la duda persistente, sólo el arte me aproxima a lo inefable, a ese límite en cuyo borde me encuentro. Su atracción me orienta a base de vivencias, no de certezas, y trato de defender una cosmovisión —al principio dogmática— desde la que poder estimar valores, suprimir o ignorar lo innecesario. El péndulo oscila entre el dogma creador, intuitivo, social y sentimental, y el veto escéptico, racional y nihilista. Extraviado, pues el veto de la razón puede anular cualquier dogma, ya sea este divino, social, tradicional o moral, vuelvo a pensar que la filosofía pretende ser teología, pero no atisbará a Teo si desprecia el sentimiento y la intuición. Así la filosofía ha pasado a ser una disciplina lisiada, carente de ambición y con un método contaminado por modas positivistas. Un poco de filosofía, cuando es incapaz de criticar un dogma incoherente, conduce al ateísmo materialista; profundizando, se llega a una crítica absoluta que roza el nihilismo y, más allá, ya abiertos de nuevo, al misterio insondable del bloque intacto.

     Comienza a llover y vuelvo a casa embutido en mi abrigo, entre graznidos de aves que ya tienen hambre e inician su acostumbrado vuelo al vertedero.

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