Llueve
Escucho La isla de las calmas, de Fartein Valen y observo la lluvia a través de los cristales. Me pregunto por qué tiendo siempre al ensimismamiento. Creo que me he tomado demasiado en serio eso de estar para no estar. En realidad, sí estoy, pero para mí solo. ¿Es eso estar? No lo sé, pero no me apetece luchar por hacerme visible y mucho menos hablar por hablar cuando sé que el mensaje no acostumbra a llegar. Si aceptamos la máxima de Berkeley de que existir es ser percibido, yo no existo. Vivo en un lugar en el que la gente habla mucho sin decir nada y no tiene costumbre de escucha. Si al primer intento no tengo éxito, que es lo habitual, me retiro y ya está.
Por fortuna, sólo proyectándome y perdiéndome en los confines oscuros de lo «trascendente» adquiere mi vida un mínimo sentido. Soy consciente de que hay que aprender a convivir con las falacias propias, pues forman también parte del relato de cada uno. No conozco ningún valor supremo, pero intuyo y siento lo que parece tender hacia ellos. No creo en la futilidad y el absurdo precisamente porque sé que pueden ser utilizados tanto para enaltecer como para humillar. Los nihilistas mantienen una pose peligrosa pero también desgraciada; son pacientes que intuyen el bien, pero siempre tienen a mano una falacia que les induce a despreciarlo.
Por fortuna, sólo proyectándome y perdiéndome en los confines oscuros de lo «trascendente» adquiere mi vida un mínimo sentido. Soy consciente de que hay que aprender a convivir con las falacias propias, pues forman también parte del relato de cada uno. No conozco ningún valor supremo, pero intuyo y siento lo que parece tender hacia ellos. No creo en la futilidad y el absurdo precisamente porque sé que pueden ser utilizados tanto para enaltecer como para humillar. Los nihilistas mantienen una pose peligrosa pero también desgraciada; son pacientes que intuyen el bien, pero siempre tienen a mano una falacia que les induce a despreciarlo.