Solo me interesan las personas que se esconden; así es muy difícil tener una mínima vida social.

He venido a Segovia a ver la catedral. Me he dado cuenta de que ya solo viajo para ver catedrales. La mañana es fría, ha helado, pero este sol espléndido empieza a calentar y convierte en grato todo paseo que se aleje de la umbría.

Disfruto mucho de la combinación de arte, espiritualidad, olor, luz, ambiente y religión que impregna las catedrales: una promesa de felicidad ante la inminencia de una revelación que no termina de producirse. Stendhal y Borges. ¿No quedamos en que no había nada?

Entro en la catedral, después de pagar la entrada. Antes me molestaba hacerlo; ahora no, es un precio muy bajo para el goce que me procura. Impresiona la altura de sus bóvedas y el frío que hace dentro. Al momento comienza a sonar el órgano que, según compruebo más tarde, toca un cura joven. No puedo aspirar a más. Cuando acaba el ensayo visito el claustro, espléndido.

Mi ambición dromomaníaca fue derrotada hace tiempo por la pereza y hoy ya he cumplido de sobra. Así que cuando me entra hambre entro en la cafetería que me pilla más a mano y pido una ración de patatas 'revolconas' y una cerveza. Mientras espero que me sirvan consulto el móvil y leo en un blog tres aforismos de Gregorio Luri:

«El dios de la democracia tiene más místicos que teólogos».

«La verdad es… la fe del filósofo».

«La indignación moral es la forma más engolada de narcisismo».

Bueno... Lo que me lleva a pensar que, del voto, algunos esperan milagros, y que el componente de fe de cualquier tipo de certeza es directamente proporcional al sentido común que le atribuye el sujeto.

El «pensamiento débil» a veces me seduce y otras me cansa un poco. Me parece que solo vale como cínico pasatiempo y, acaso, para aquellos momentos de cierta ausencia de preocupaciones inminentes.

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