Paso todo...

Paso todo el día desconectado analizando los resultados electorales, releyendo Parerga y Paralipómena y escuchando a Tomás Luis de Victoria. A eso de las seis de la tarde empiezo a notar la extraña y familiar sensación en el cuello que preludia un duro ataque de migraña. ¿Acaso habrá sido el resultado electoral el causante de este dolor tan atroz? No lo sé, pero no me gusta nada que la gente astuta pase por inteligente.

A las seis y media me llega el Diario, de Papini, libro del que espero mucho. Lo dejo encima de la mesa; ahora no puedo leer.

Cierro los ojos e intento concentrarme en visualizar la zona de la cabeza por donde pulula el dolor. Lentamente se va desplazando desde la órbita ocular hasta la sien, pasando por las regiones profundas del cerebro, pero siempre en el lado derecho de mi cabeza. Por momentos el dolor desaparece, pero basta un mínimo descuido para que resurja con nuevos ímpetus. Me acuerdo de la máxima estoica escrita por muchos: «Se sufre menos del dolor mismo que de la manera como se le acepta». El esfuerzo de concentración requiere una constancia ajena a mi capacidad espiritual y, finalmente, cedo y busco desesperadamente el triptán salvador. Tendré que esforzarme más en "serme".  Tal es la condición de la miseria humana, que el dolor es el sentimiento más vivo, y que el carácter no es moldeable por sí mismo.

Cuando me recupero, leo una entrevista a Salvador Pániker: «Identifico la religión con el arte: la conciencia estética y la religiosa van absolutamente de la mano, aunque el artista sea ateo».

Y me voy a la cama tan contento.

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