El tempo impaciente
ABSOLUTAMENTE perdido. Me muevo por los grandes almacenes con una pericia ridícula, pero necesito comprarme algo de ropa. En mi caso, me la compro con la intención de pasar desapercibido. La imitación, esa dominante herencia psicológica, da paso al mimetismo. En cuestiones de moda, pertenezco a la clase baja.
Huyo de todo lo relacionado con la moda en ropa, coches o artilugios deportivos. El imperio de lo efímero no me seduce. La hija de la caducidad no me engaña con seducciones de distinción patética. Me parece un elogio a la inconstancia ramplona, que manipula los deseos de los neomaníacos. Me asquean los ritmos vitales que solo expresan deseos de cambio cualitativos, secundarios e intrascendentes, de una eterna adolescencia convertida en jurado estético. Soy plenamente consciente de que la bulimia de la ostentación genera una recidivante diarrea monetaria preludio de una indigesta esclavitud laboral.
Saber cómo funciona este régimen de pudor o visibilidad me produce sonrisas de superioridad ante la obligación de cambio por el poder de las apariencias, una ingenua propensión a la exhibición del gasto para una costosa reputación de presuntos exitosos. Para ellos, lo barato es indigno, de perdedores, de fracasados. En definitiva, la necesidad de un acogimiento social, triste y deleznable, que deriva en un consumo delirante.
Quien lanza la moda son personas que gustan de llamar la atención. Al principio sorprenden. Cuando dejan de hacerlo, son adaptadas por las élites, para distinguirse de la plebe. Poco a poco, van aumentando los imitadores entre capas cada vez más bajas, auténticos ingenuos que malgastan su exiguo sueldo. Abandonada en el momento en que la clase baja se apropia de ella, la moda, por tanto, solo puede durar un breve periodo, el suficiente para conseguir un efecto de distinción. Por ello necesita de una evolución constante que consolide una demarcación movil: la feria de las vanidades.
La dominación es esa coacción que el medio social ejerce sobre el individuo. La moda es un instrumento y la trampa, con unos mecanismos de jerarquía social muy peligrosos y adictivos. El tempo impaciente, una venenosa mixtura de distinción, aprobación y envidia.
Huyo de todo lo relacionado con la moda en ropa, coches o artilugios deportivos. El imperio de lo efímero no me seduce. La hija de la caducidad no me engaña con seducciones de distinción patética. Me parece un elogio a la inconstancia ramplona, que manipula los deseos de los neomaníacos. Me asquean los ritmos vitales que solo expresan deseos de cambio cualitativos, secundarios e intrascendentes, de una eterna adolescencia convertida en jurado estético. Soy plenamente consciente de que la bulimia de la ostentación genera una recidivante diarrea monetaria preludio de una indigesta esclavitud laboral.
Saber cómo funciona este régimen de pudor o visibilidad me produce sonrisas de superioridad ante la obligación de cambio por el poder de las apariencias, una ingenua propensión a la exhibición del gasto para una costosa reputación de presuntos exitosos. Para ellos, lo barato es indigno, de perdedores, de fracasados. En definitiva, la necesidad de un acogimiento social, triste y deleznable, que deriva en un consumo delirante.
Quien lanza la moda son personas que gustan de llamar la atención. Al principio sorprenden. Cuando dejan de hacerlo, son adaptadas por las élites, para distinguirse de la plebe. Poco a poco, van aumentando los imitadores entre capas cada vez más bajas, auténticos ingenuos que malgastan su exiguo sueldo. Abandonada en el momento en que la clase baja se apropia de ella, la moda, por tanto, solo puede durar un breve periodo, el suficiente para conseguir un efecto de distinción. Por ello necesita de una evolución constante que consolide una demarcación movil: la feria de las vanidades.
La dominación es esa coacción que el medio social ejerce sobre el individuo. La moda es un instrumento y la trampa, con unos mecanismos de jerarquía social muy peligrosos y adictivos. El tempo impaciente, una venenosa mixtura de distinción, aprobación y envidia.