La novela luminosa
La novela luminosa. Gran parte de su contenido es un interesantísimo diario. En él Mario Levrero se muestra como un hipertenso con problemas de sueño, que toma antidepresivos para dejar de fumar, pasa horas y horas con el ordenador buscando pornografía en internet, programando y jugando a un necio juego de solitarios. Madrugar es para él levantarse antes de las cuatro y media de la tarde. Apenas sale de casa pero recibe diariamente a amigos, eso sí, de uno en uno, porque si no se pierde profundidad. Mario Levrero habla de las palabras de Rosa Chacel acerca de sus dos narcóticos: «cine y libros. ¡Cómo comprendo a la gente que recurre a las drogas! Estas que yo empleo parecen inofensivas, pero no lo son. Es decir que en cuanto les hace uno cumplir esa misión, resultan tan destructoras como las otras, porque lo destructor es el arrancarse de la realidad. Con qué tóxico logre uno anular sus sentidos da lo mismo: lo efectivo es la anulación». Mario Levrero añade: «Donde dice 'cine' póngase 'computadora', y podrían ser mis propias palabras». En otra de las entradas escribe: «No salí a la calle. Puede decirse que fue un día perdido; pero todavía estoy por saber qué es un día ganado». Más allá de las formas, escucho la siguiente conversación de mis vecinos de mesa que están a mi espalda: «¡He edificado mi vida en el vacío!»«No, no es así», le dice otro. «Ese abismo solo es un fantasma aparente producto de una orgullosa mente deductiva que no sabe dónde encontrar apoyo. Usted es mucho más que eso. Oyendo hablar a la gente se convierte usted en un vidente, casi en un profeta, pero cuando se queda solo, sale usted a la calle encorvado y triste. Demórese en su tristeza y asuma la elocuencia de su carácter más puro. Todo lo que vive lo convierte en esquema. Usted no es capaz de disfrutar de la voluptuosidad del aislamiento». Cierro el libro y aguanto la necesidad de mirar hacia atrás. Siento angustia solo de pensar que no haya nadie.