Extraña forma de vida

Leo Extraña forma de vida y espío a Vila-Matas mientras espía a un escritor de vida tranquila, que lee periódicos sentado en un cómodo sillón, atiende encargos, cocina huevos revueltos con tostadas y espía, a su vez, a los vecinos con un catalejo. Espío minuciosamente la preparación de una conferencia que dará por la tarde, un día en el que parece que todo va a cambiar en su vida pero, finalmente, llorando desconsoladamente después de cenar unas croquetas de pollo, termina advirtiendo la vanidad de su empeño, tal y como pude apreciar contemplando su espíritu derrumbado sobre el pupitre y dejando la conferencia a medio terminar.

La vida es demasiado breve como para vivir el número suficiente de experiencias, es necesario robarlas, dice mientras le espío.

Su método de espionaje, con tendencia al bostezo y con indulgentes miradas al suelo, descubre que desde que Dios no existe, desde que no creemos que alguien nos observa, nuestra vida carece de finalidad. El sentimiento de culpa era la ausencia de coherencia en la vida, actos o pensamientos que no deberían parecer conformes a la atenta mirada de ese observador. Pero es peor ahora que nadie nos mira: ¿para qué actuar bien?, ¿para qué hacer nada? Los espías dan sentido a la vida. Otra opción sería espiarse a uno mismo, si uno es solipsista convencido o, en su defecto, como ocurre habitualmente, exhibirse en Facebook tomando cerveza.

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