Abismos

Ayer me dormí leyendo "Inferno V", de Juan José Arreola. El libro permanece abierto a mi lado cuando despierto en la noche a la orilla de un abismo tenebroso justo al borde de mi cama. Un aire enrarecido, un olor nauseabundo y el sonido revoltoso de presencias ocultas tratan de amenazarme. Intento avanzar suspendido en el vértigo, pero invadido por el terror nocturno decido meterme en la cama y taparme con el edredón. Enciendo la luz y me abandono en la suave monotonía de la costumbre, justo donde las lágrimas conviven pacíficamente con las sonrisas y las temibles voces consejeras comienzan su perorata que trato de no escuchar.
En Cataluña, esa parte de España donde cualquier psicoanalista podría forrarse, han ganado los unionistas. Yo me alegro, porque a partir de ahora esa muestra de fuerza hortera y borreguil ha quedado silenciada por la mayoría silenciosa, que estaba ya muy harta de diadas, filas en las carreteras, dibujitos en las calles y demás entretenimientos propios de hinchas de fútbol y adolescentes.
Tras un copioso desayuno, mientras saboreo el último sorbo de café, termino de repasar algunos textos acerca de la vida de Jesús y me imagino la apacible vida de la comunidad de Qumrán, alejada de la sociedad  y entregada a una vida de ascesis, estudio y oración en el desierto. Cada vez tengo más claro que mi verdadera vocación es la de humilde cenobita. Para mí la verdadera compañía es la que te permite estar en silencio sin estar incómodo. Me basta con la presencia de pocas personas alrededor de un claustro habitado por penumbras, silencio, estudio y contemplación. Tras mi año de soledad absoluta en aquella cabaña de la montaña, he descartado por completo dedicarme a la vida eremítica, soy muy sensible a los fantasmas del hastío que la soledad atrae.

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