Quietismo apofático
Dice Antonio Royo, haciendo honor a su apellido, que es el Quietismo una ridícula caricatura del recogimiento y vida contemplativa, que coincide en realidad con el más repugnante egoísmo [...] El quietista no quiere meterse en nada. So pretexto de concentración y oración, se encastilla en su aislamiento y ociosidad sin pensar en nadie fuera de sí mismo ni preocuparse de otra cosa que de sus propios intereses. [...] Es muy cómodo no meterse en nada ni abandonar un instante la dulce ociosidad —il dolce far niente— pero no es lícito llamarse discípulo de Jesucristo que precisamente por haberse metido en todo acabó muriendo en lo alto de una cruz.
El hombre hiperactivo molesta más que ayuda, me apunta Giovanni, por lo que la auténtica filantropía consiste en no molestar al vecino.
Hay quietistas no cristianos, aunque muy influidos por él, que se salvan de esta crítica de los dromomaniacos. Habría que recordar la sublime sentencia de mi admirado Blas Pascal cuando dijo aquello de que todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación.
Schopenhauer y yo damos gracias al turolense Miguel de Molinos y, en su recuerdo, nos cruzamos de brazos en actitud contemplativa. Cioran, al fondo, cruza sus manos en actitud más humilde y algo más impaciente.