Se buscan idiotas


El sistema ha cambiado. En lugar de un poder opresor ha pasado a utilizar unas formas seductoras, inteligentes, elegantes, y así consigue que los hombres se sometan por sí mismos. 
                  
El yo como proyecto que cree haberse librado de las coacciones externas y ajenas pasa a someterse a las coacciones propias, de rendimiento y optimización. La libertad del 'poder hacer' genera incluso más coacciones que el disciplinario 'deber'. El deber tiene un límite. El poder hacer, por el contrario, no tiene ninguno. La depresión y la angustia son su expresión.                 
                
El sujeto del rendimiento, que se cree libre, es en realidad un esclavo. Pasa de ser un trabajador a ser empresario, un emprendedor y, así, cada uno es realmente un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. La lucha de clases se transforma en una lucha interna consigo mismo. Quien fracasa se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema, como ocurre en el régimen de la explotación ajena donde es posible que los explotados se solidaricen y juntos se alcen contra el explotador.
                              
El poder inteligente se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla y someterla, nos exige compartir, participar, comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencias, quiere dominar intentando agradar y generando dependencias, instituye entre los individuos una rivalidad interminable a modo de sana competición, como una motivación, explotando principalmente la psique.                 

Así, todo el mundo busca transformarse a sí mismo, modificarse en su ser singular y hacer de su ser una máquina de alto rendimiento, algo aparentemente hermoso y deseable que el régimen mantiene para poderla explotar convenientemente.
                     
Se tolera únicamente aquel dolor que se puede explotar en pos de la optimización. Pero tan destructiva como la violencia de la negatividad es la violencia de la positividad. Jornadas de coaching y liderazgo empresarial prometen una optimización personal y el incremento de la eficiencia sin límite, siguiendo siempre la lógica del cuantificable éxito mercantil.                 
La fórmula mágica de la literatura de autoayuda norteamericana designa la optimización personal como eliminación terapéutica de toda debilidad funcional, de todo bloqueo mental. La permanente optimización personal, que coincide totalmente con la optimización del sistema, es destructiva. Conduce a un colapso mental. El yo lucha consigo mismo como con un enemigo.                 

Ahora, en lugar de operar con amenazas, se seduce con estímulos positivos, del "me gusta", con el único fin de estrechar el espacio de pensamiento. Cada año el número de palabras disminuye y el espacio de la conciencia se reduce. Hasta mengua el número de dedos con los que se escribe: hemos pasado de diez a dos (los pulgares).
                     
Todo es ya publicidad, porque la motivación está ligada a la emoción. Las emociones positivas son el fermento para el incremento de la motivación. Las emociones son performativas en el sentido de que evocan acciones determinadas. Se introducen emociones para estimular la compra y generar necesidades para maximizar el consumo. En última instancia, hoy no consumimos cosas, sino emociones. Las cosas no se pueden consumir infinitamente, las emociones, en cambio, sí.
                      
En lugar de la dirección racional se pasa a la dirección emocional, en un intento de hacer lúdico el trabajo. Mientras uno juega se somete al entramado de dominación.
                                                                    
La aversión hacia la media y la normalidad es un afecto fundamental del Romanticismo. Hacerse el idiota siempre ha sido una función de la filosofía. Sócrates, que solo sabe que no sabe nada, es un idiota. También es un idiota Descartes, que pone todo en duda. Hoy parece que el tipo marginado, loco o idiota ha desaparecido de la sociedad. La total conexión en red y la comunicación digitales aumentan la coacción a la conformidad considerablemente. Para el idiota, es como si todos los demás hablaran desde un acuerdo minucioso. Una convención mucho más inflexible que cualquier otra conocida en tiempos burgueses. El idiotismo representa una isla de libertad. El idiota es por esencia el desligado, el desconectado, el desinformado. Como el estilita erguido en una columna, las ondas de la emisión desmesurada generan en la boca del santo el mismo murmullo que las señales débiles que el idiota recibe del mundo.
         
[Texto basado en “Psicopolítica”, de Byung-Chul Han]

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