La educación del estoico

Termino de leer el libro y, aunque son poco más de las diez y media, noto que tengo un poco de sueño esta noche. Pero prefiero no irme a la cama todavía, se me ha quedado grabada una frase que dice así: lo que me llevará al suicidio es un impulso como el que nos lleva a acostarnos pronto. 

Me sobrepongo a la ligera somnolencia y, mientras suena "The shadows of time", de Henri Dutilleux, releo una frase que he subrayado: el escrúpulo de la precisión, la intensidad del esfuerzo para ser perfecto, lejos de ser estímulo para actuar, son facultades íntimas para el abandono. Exacto, me digo, nada más aburrido que lograr la perfección en una determinada tarea: pianistas que dedican horas y horas repitiendo melodías y acordes, deportistas realizando movimientos repetidos agónicos. Prefiero el diletantismo claramente, el picoteo del pajarillo en libertad. Una vida perfecta es ajena al tesón.

El sueño reaparece cuando pienso que toda especulación metafísica es una sistematización de lo desconocido, más que una filosofía, una muestra de temperamento, casi una poesía cuadriculada. Por eso Pessoa dice que la plebe no se ríe de la Crítica de la razón pura. Confieso que yo no conseguí terminarla, no sé si por sueño, hastío, porque es ininteligible o por falta de sentido del humor.

Cuando me despierto son las tres de la madrugada: decido quedarme a dormir en el sofá.



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